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MAR DE LEVA

Si queremos peces...

Debe ser que la presencia árabe en la historia de la ciudad nunca ha calado hondo en nosotros y no conocemos aquel dicho de la montaña y de Mahoma. Porque si no, no se entiende que seamos como somos y que sigamos siendo como nos creemos que nos gusta ser. Eso sí, quejarnos, claro que nos quejamos.

RAFAEL MARÍN
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Hemos querido ser, hace unas semanas, una Ciudad de Reyes, pero ahora resulta que nos cuentan los comerciantes que la cosa estas navidades ha estado cortita, y ahora empezamos todos a tirarnos los trastos y a buscar responsables de que el personal, que se ha vuelto muy cómodo, no se acerque al casco antiguo a comprar regalos y que lo mismo ni se piense hacerlo ahora que estamos inmersos en las rebajas.

Digo yo que alguien tendrá que poner de su parte, y no van a ser, precisamente, los que compran, porque los que compramos queremos ante todo comodidad, incluso por encima de la calidad, y hasta de los precios. Ya se ha comentado por activa y por pasiva en este mismo periódico que no es de recibo que nos lleguen los barcos repletitos de turistas, a las horas intempestivas o tempestivas en que lo permiten las mareas y los prácticos del puerto, y se tengan que largar con viento fresco (esta gente que nunca parece tener frío, visto cómo visten) porque aquí está todo cerrado. O sea, que no vale que nuestro centro y nuestros comercios vivan una hora de la siesta continua, porque lo tienen crudo: las grandes superficies abren en horario ininterrumpido, se aparca más o menos fácil (aunque haya que retratarse y pasar por la maquinita), uno lo tiene todo a la mano (demasiado a la mano, se queja mi tarjetita verde), y en un plisplás tienes el mandao resuelto más o menos.

Cierto que juegan con ventaja en muchas cosas, y que el comercio tradicional y familiar o se pone las pilas o acabará poniendo el cartelito de «Se traspasa» tarde o temprano. No me extraña que me extrañe ver, en el centro-centro, tantos negocios nuevos y atractivos a la vista. Lo que sí me extraña es que, siendo tan nuevos, tan modernos y atractivos, la cosa les pinte chunga. O se espabilan y compiten, o la gente seguirá pasando los domingos de compras en las grandes superficies... igual que hace los sábados. Anda que no resulta raro ver que nuestra ciudad es una ciudad dormitorio en cuantito llegan las dos de la tarde del sábado y todo está cerrado a cal y canto hasta las diez de la mañana del lunes. Y menos mal que los bares y restaurantes todavía abren en domingo, como no sucede en alguna población cercana.

Es una pescadilla que se muerde la cola: la gente no va al centro porque no abren, y los comercios no abren porque la gente no va al centro. Y la que nos viene con la obra de marras puede acabar de darle la puntilla a más de una firma, igual que la supresión del paso a nivel aquel famoso de Santo Tomás acabó con un puñado de comercios de la zona... un par de años antes de que la obra se fuera a hacer puñetas con el soterramiento.

Que no nos queda otra cosa que ser una ciudad de comercio y cultura, ya que no tenemos una industria competitiva por la incompetencia de tantos y tantas, y que una cosa y la otra hay que hacerlas con un plan bien razonado donde el personal se comprometa. No todo puede ser echarle los caballos encima al Ayuntamiento, que a fin de cuentas es responsable pero no culpable de todo lo malo que en el mundo pasa. Si es necesario cambiar leyes y permitir flexibilidad de horarios, habrá que hacerlo con la rapidez necesaria... aunque ya estamos viendo que dentro del mismo sector hay quien no está de acuerdo con la medida de poder competir, aduciendo con razón que el descanso es sagrado. Pero el sistema que hemos elegido o que han elegido por nosotros es como es, amigos.

Me temo que el futuro de Cádiz se va a parecer cada vez más a esos apocalipsis de andar por casa que dibuja aquí debajo el amigo Fritz. Y ahora que se acerca el Carnaval, un nuevo clavo en el ataúd, aunque es de esperar que la sangre no llegue al río. Si el año pasado tuvimos la epidemia en comandita de la policía local, ahora se nos alarma con una huelga de autobuses. La que nos faltaba para terminar de hundirnos.

Y es que quien quiera peces ya sabe que o se construye una red de trasmallo o acabará calado hasta las trancas.