Desafío
Se llama Desafío extremo. Y, hombre, muy extremo no es que parezca, ¿verdad? Pero empecemos por el principio. Entre el paisanaje nacional tenemos un piloto y alpinista que se llama Jesús Calleja y es de León. Es un tipo fantástico, uno de esos especimenes celtibéricos que hace quinientos años cruzaban selvas buscando Eldorado. A Calleja le pica la aventura. Cobró cierta notoriedad por su participación en 'rallies' africanos y, sobre todo, cuando se planteó once aventuras en dos años, con el patrocinio de la Junta de Castilla y León y de una empresa de reciclaje. A este fenómeno lo cogió Cuatro para poner en imagen todos esos desafíos, y de ahí ha nacido Desafío extremo, el programa que ahora tenemos los sábados en horario principal.
Actualizado: GuardarEste sábado veíamos la ascensión al Elbrús, el pico más alto de Europa, en el Cáucaso, que es cumbre famosa pero no inaccesible: un buen aficionado que no haya perdido forma puede perfectamente coronarla sin problemas. Aquí es donde al espectador habitual de este tipo de programas se le queda cara de decepción, porque, ¿dónde está lo extremo del caso? Acostumbrados a las hazañas al límite de la supervivencia de Al filo de lo imposible, las aventuras de Calleja pueden parecernos irrelevantes. Es algo que el programa nos habría ahorrado si hubiera eliminado la palabra extremo de su título. Porque en realidad lo extremo de la peripecia no es tanto cada una de las etapas -porque algunas, ya digo, están al alcance de cualquier buen aficionado- como la acumulación de retos en tan poco tiempo.
En el trance, Calleja nos va contando cómo hace las cosas. El discurso está bien: es pedagógico, tiene gracia y frescura, y uno aprende o recuerda cosas interesantes, como el peligro de no levantar los pies cuando caes por el hielo con los crampones puestos, la conveniencia de no perder de vista las grietas bajo la nieve o la necesidad de vigilar bien los periodos de aclimatación en ascensiones de altura. Junto a eso, el deportista se convierte en reportero y nos invita a descubrir los pequeños detalles de los lugares: la acumulación de basuras en el último refugio del Elbrús o los horteras que suben en máquinas oruga por la nieve, por ejemplo. La narración se sigue con agrado porque avanza a muy buen ritmo.
Lo que se echa de menos es algo que le dé al programa una personalidad más acusada como producto televisivo, más allá de la figura del protagonista, pero esto en vano lo buscaremos en Desafío extremo: la realización, siendo eficaz, es plana, sin ninguna especial aspiración estética -lástima de paisajes desaprovechados-, y el texto, siendo decente, no sale nunca de la mera narración en primera persona. Cuatro, visiblemente, no se ha planteado este programa como un Desafío extremo.