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ESPAÑA

El acoso tiene un móvil

Las distintas asociaciones «anti-mobbing» y los expertos rechazan la impunidad actual de la violencia de menores y de su posterior exhibición a través de Internet, y advierten del peligro de que se convierta en conducta y produzca delincuentes

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«No son sucesos esporádicos, van sumando», alerta el psicólogo Ferran Barri, presidente de SOS Bullying, asociación que lucha contra el acoso escolar porque, recalca, «tiene solución, y mirar para otro lado es peor». Es justo lo que reprocha a las Administraciones educativas, a las que reclama «normativas específicas» que dejen claro «qué está permitido y qué no» y medidas firmes que acaben con la «sensación de impunidad, que es muy perniciosa». Frente a la idea de que «no pasa nada», insiste, el mensaje debe ser que «saltarse las normas tiene consecuencias», con su consiguiente efecto disuasorio para que el acosador renuncie a sus prácticas maltratadoras.

También la directora general del Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo (IIEDDI), la psicóloga Araceli Oñate, denuncia el «síndrome de negación institucional» de las autoridades de enseñanza al restar gravedad al acoso frente a las evidencias cada vez más preocupantes. Y no sólo, dice, por los datos de su propio informe Cisneros X: Acoso y violencia escolar en España, que detectó «un 23,3% de niños que refieren malos tratos frecuentes en las aulas». También por los de la Organización Mundial de la Salud, que en un estudio de 2004 en 35 países daba «para España un 24%». Esta investigación internacional incluyó 13.500 estudiantes españoles, una cifra muy importante que casi fue doblada en el Cisneros X con 25.000 alumnos en 14 comunidades autónomas.

Coautora de varios libros sobre acoso escolar con Iñaki Piñuel, uno de los máximos expertos en mobbing laboral y educativo, Oñate considera que «la impunidad y la indiferencia conducen a una situación de anestesia social». Por eso, desde el convencimiento de que esa violencia «se puede erradicar», propone encarar el problema sin eufemismos -«pegar a un compañero o quemar el pelo a un discapacitado no es un conflicto», recalca, sino una agresión- y «sancionando de manera inmediata las conductas inaceptables».

De lo contrario, alerta, los peligros son enormes. Por un lado, «si la violencia funciona y es rentable, se convertirá en conducta social» y acabará produciendo un adulto maltratador en el ámbito familiar y laboral. Por otro, el propio agresor quedará atrapado en su círculo de violencia, como demostró el investigador nórdico y «padre» del concepto de bullying Dan Olweus: a los 24 años, el 60% de antiguos acosadores escolares tenía al menos una condena judicial, frente al 20% de quienes no lo habían sido; o sea, el riesgo de cometer delitos al salir de la niñez es triple en los acosadores.

Fracaso educativo

Ferran Barri comparte ese retrato al advertir de que «si no se aplican programas de reeducación de conductas» a tiempo, «el día de mañana tendremos malos tratos, mobbing en el trabajo y relaciones de acoso».

Desde su doble experiencia clínica en el Hospital de Guadalajara y docente en la Universidad de Alcalá de Henares, al psiquiatra David Huertas le preocupan tres problemas de fondo. Uno, la búsqueda de autoafirmación y de identidad que subyace en la difusión del maltrato a través del móvil e Internet como «triunfo y proeza» que permita «ser reconocido por sus pares». Otro, una «robotización» de los menores, que «están dejando de comunicarse a través del lenguaje y se relacionan demasiado con las máquinas», lo que lleva a «perder capacidad de sintonizar con los otros, a los que no reconocen como iguales y cuyo sufrimiento no les altera». Y el tercero, el «fracaso del proceso educativo» en la escuela y en la familia a la hora de «civilizar, insertar al ser humano que está creciendo en la cultura de la sociedad».