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LA GLORIETA

Himno sin letra

U sted y yo sabemos que cuando se toca un tema patriótico media España saca pecho y la otra media parece avergonzarse de sus orígenes. La letra para la Marcha Real -no otro nombre tiene el himno- que quiere proponer el Comité Olímpico Español a las Cortes para convertirla en oficial ha levantado tantos apoyos como críticas ha suscitado. Usted, que es sensato, ya habrá llegado a la conclusión de que, literariamente, las cuatro estrofas son una birria. La primera da la impresión de que no está tan mal, pero los avisados ya habrán notado que es una invitación a cantar lejos de toda afinación recomendable. En la segunda, los «verdes valles», el mar y la hermandad comienzan a desprender cierto tufillo cursi. El apoteosis floral alcanza su clímax con una patria que abraza a los pueblos bajo cielos azules. Lógicamente, la referencia a la ausencia de nubes se debe a la pertinaz sequía que siempre nos amenaza. Lo que no acabará usted de entender es eso de la patria constrictora. Yo tampoco. En la última estrofa se habla de hijos que dan «justicia y grandeza, democracia y paz». Para nuestro mal, poca democracia hemos tenido en el devenir de los siglos. Así pues, ¿tendremos que olvidar el Siglo de Oro, a los reyes godos o al apasionante XIX?

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Ya habrá considerado usted que muy difícilmente se aprobará esta letra. Aún menos con el ambiente de enfrentamiento entre los principales partidos. Ya ha escuchado decir en todos los mentideros que se trata de un asunto que requiere consenso. Y ahora se pregunta, ¿por qué tenemos que tener letra en el himno? ¿En verdad es necesaria aún cuando la Historia no nos haya legado una que esté fuera de toda discusión?