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LUCES Y SOMBRAS

La ciudad estatalizada

La transición de una economía planificada hacia otra de mercado es compleja y difícil .Provoca una serie de graves difusiones económicas y sociales que se manifiestan especialmente en los países de la Europa del Este. Los efectos perversos de esa transformación suelen ser duraderos en el tiempo salvo en aquellos estados donde los cambios se producen de forma paulatina como, por ejemplo, en Hungría, Polonia o Checoslovaquia. De la noche a la mañana los ciudadanos que esperan todo del papá Estado se sienten desamparados y no saben reaccionar frente a una situación que le es totalmente descocida. Nadie les entrena para participar en el libre juego de la oferta y la demanda. Acostumbrados a que le resuelvan, mal que bien, las necesidades más básicas de su existencia, muchos son incapaces de adaptarse a las nuevas circunstancias, pierden su trabajo y con frecuencia caen en la más absoluta de las indigencias.

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Salvando las lógicas y evidentes diferencias se podría decir que Cádiz y parte de su bahía atraviesan situaciones en cierto modo similares a las de esos países. No creo incurrir en exageración si manifiesto que la ciudad ha sido, y tal vez continúa siendo, la más estatalizada de España. Nuestra economía depende casi exclusivamente del sector público. Astilleros, Bazan, Construcciones Aeronáuticas, factoría de San Carlos, fábrica de Tabaco, puerto, etc, constituyen junto con la Administraciones Públicas las principales fuentes de riquezas y empleo de nuestro entorno.

En época de vacas gordas incluso trabajadores procedentes de otros pueblos como Medina Sidonia, Paterna o Espera e encuentran empleo fijo en esas empresas que en muchas ocasiones se transmite de padre a hijos. Desgraciadamente la crisis del sector naval que se inicia en los años setenta y se extiende a otras empresas públicas arroja al paro a miles de trabajadores .Sus hijos ya no heredan los puestos de trabajo ni regresan a sus poblaciones de origen. Ahora son numerosos los jóvenes que se hunden en la marginación y en la droga. El Estado destina millones de las antiguas pesetas para paliar las consecuencias de la crisis industrial pero los altos índices de desempleo permanecen prácticamente inalterables años tras años. La sensación de seguridad en el trabajo desaparece y sin embargo seguimos esperando que otros nos saquen las castañas del fuego. Tantos años de economía estatalizada han adormecido el espíritu emprendedor propio de la juventud. En este sentido es elocuente una encuesta realizada hace años entre estudiantes de la Universidad de Sevilla para conocer sus preferencias una vez terminada la carrera. La mayoría se declararan partidarios de acceder a la función pública. En una universidad catalana el resultado de la misma encuesta es justamente el contrario. El dato da que pensar.

Se hace preciso cambiar el chip y fomentar políticas tendentes a recuperar el sentido de la iniciativa y la ambición por el trabajo que facilite a los jóvenes un compromiso más serio consigo mismo y con la sociedad.