Miedo y vergüenza
Nieva sobre Bagdad, cosa que desde hace más de cien años no sucedía. ¿Lo que no puedan los americanos...! Cuando Hillary Clinton fracasó ante Obama en Iowa, su marido Bill vino a decir: «Puedo hacer muchas cosas. Pero, desde luego, no puedo hacer que Hillary sea varón, ni más joven». El provecto candidato republicano McCain dice que «sí se puede». Es un poco la discusión constante con mis hijos: no puedo ser su amigo porque soy su padre y cuando soy su amigo, lamentablemente, dejo de ser su padre. El problema de los Clinton, que veo que no ha descubierto aún el ex presidente demócrata, es que para ganar la Casa Blanca Hillary tiene que ser Hillary. Lo que no saben cuánto lamento.
Actualizado:Pero el enigma, hasta ahora no resuelto, es cómo Obama, que sacaba hasta seis o más puntos de ventaja en las encuestas de New Hampshire a Clinton, pudo ser batido por una diferencia de 6.000 o 7.000 votos por la candidata consorte. Es más, cuando yo creía que los sondeos forman parte del pan y circo electoral y que lo de menos es que acierten -todavía no recuerdo una empresa que haya cerrado por haber hecho el ridículo en sus predicciones- resulta que los expertos encuentran una explicación al por qué ganó Hillary. Barajan, para ello, dos actitudes: El efecto Bradley, por el que la gente que dice va a votar a un negro, no lo hace, y la llamada espiral del silencio, un invento de la alemana Elisabeth Noell-Neumann, que es el voto zorrastrón por vergüenza. Ese voto enmascarado lleva a que a la una de la madrugada Obama sacara clara ventaja a su oponente y seis horas más tarde, a las siete de ese mismo amanecer, incorporados los resultados reales, el espejismo desaparezca para dar paso al voto real. Entonces, sí, las encuestas contemplan los resultados y Hillary gana a Obama.
Ese efecto del voto sigiloso de mi hija adolescente defiende, a quien lo deposita, de su aislamiento, aunque para ello deba transformarse de doctor Jekyll en míster Hyde.