Nidos de recuerdos que se guardan de otro Jerez
La calle Guarnidos llegó a ser una de las vías más transitadas cuando, en otros tiempos, fue una de las entradas a la ciudad
Actualizado: GuardarSu forma no es rectilínea sino que hace un giro que parece dividirse en dos partes distintas. No responde a un patrón, pues sufre de desnivel, tiene forma de L, y está compuesta por viejas casas desvencijadas a un lado de la acera, y en la otra palacios esbeltos, como es el caso de número 9.
Se trata de la jerezanísima calle Guarnidos, situada a un lado del barrio de San Miguel y donde todavía los domingos por la mañana se puede escuchar con cierta claridad las campanas de la parroquia. Comienza en la esquina de Rodríguez García con Cruz de la Palma, justamente donde hace más de medio siglo tenía su almacén de alimentación Vicente Puente, El Miseria. Este jerezano cabal fue una buena persona, casi anónima, de esas que pasan de puntillas por la vida. Sin embargo todavía se le recuerda en la calle porque quitó mucha hambre a gente que venía de la sierra, dejaban las bestias en una de las tres posadas que había la plaza El Carbón y entraban casi por las puertas de su almacén al Jerez de los desastres de la guerra. «Daba a mucha gente que, cuando recogía el trigo, venía a saldarle la cuenta abierta. Lo hizo con muchas personas, y nunca pidió nada», comenta Juan Caballero, que todavía sigue con su negocio de alimentación en el número 13 y que, en este caso, ha servido de guía para adentrarnos en los misterios de la calle.
«Recuerdo como si fuera hoy mismo cómo se llenó la calle de gente una noche. Parecía que iba a salir una procesión. Yo era muy pequeño, pasaba con mi padre porque íbamos al palenque. Todos decían que El Miseria se había muerto y estaban velándolo», comenta Juan.
A un lado del almacén del recordado Vicente estaba hace años Enrique Marínez con el taller de bicicletas que heredó de su padre. Ahora quedan los restos de una ferretería, con hierros que todavía quedan medio oxidados. Sin embargo, lo que no se oxidó fue el recuerdo que perviven de este Enrique, que a los cincuenta años encontró trabajo mejor que estar todo el día entre llantas y radios.
Al parecer, la calle disfrutaba de una estimable vida. «Cuando estaba el palenque ahí al lado, la actividad comenzaba a las cuatro y media de la mañana, y daban las doce y todavía pasaba gente por aquí», comenta Caballero. Un río de personas que entraban a Jerez por Guarnidos. Para recibirles con una copa, o para los comerciantes que se buscaban la vida en la calle, estaba el bar de El Boyero, que lo comandaba Juan Álvarez Gudino. «Parábamos una serie de señores a los que nos gustaba tomarnos nuestro vasito todos los días. Jamás se nos vio borracho a ninguno, pero también es cierto que las dos o tres copitas caían todos los días del año», comenta Juan Caballero recordando al tabanquito pequeño, donde apenas cabían cinco personas.
Pan nuevo
Si pasamos al otro margen del río de personas que cada día pasaban por la calle, nos encontramos, en el 15, con la panadería Santa Clara, todo un clásico de la calle. Todas las mañanas, María Walfar se coloca en su despacho para dispensar uno de los mejores géneros de pan blanco de Jerez. «Vienen hasta de fuera de Jerez a por el pan», comenta.
El caso es que los molletes, panecillos, bobas gallegas o barras blancas salen que es un gusto. La familia Rodríguez Walfar lleva desde el año 1978 regentando la panadería. «Antes estábamos en la Plazuela, en una panadería que tenía mi padre que se llamaba Los Madrileños», cuenta ahora el hijo. Era una panadería con solera que ha sabido colocar hasta tres sucursales más en otros barrios.
El trece
Tras la visita a la panadería de Guarnidos, seguimos con Juan Caballero, que lleva cuarenta y ocho años con su negocio de alimentación. «Comencé con una confitería y una recova, pero los tiempos cambian y ahora tengo alimentación en general», comenta. Dice que «el trece siempre me ha dado suerte, así que no me asusto por estar ubicado en este número», comenta. Mi padre comenzó en un número trece con una carbonería, yo estuve antes en el tres de otra calle y ahora llevo todos estos años en el trece. Si tuviera que repetir, escogería otro trece», subraya.
Mientras las lechugas y tomates de Juan siguen dándole ese toque tan castizo a la calle, Manuel Sánchez Giráldez entra en su casa. Es el dueño del famoso trece. Ha vivido toda la vida aquí. «Era la casa de mi abuela, después de mis padres y ahora es mía», relata. Junto a su encantadora esposa, María Luisa Vázquez, Manuel ha visto pasar por la retina de su memoria más de cincuenta años de tauromaquia. Desde Manolete hasta su reverenciado Pepe Luis Vázquez, el Sócrates de San Bernardo.
Es uno de los grandes aficionados de Jerez. Recuerda las corridas de los años cincuenta como si se hubieran celebrado ayer, y cuenta que ha tenido tanta afición que en el patio de la casa, cuando apenas sabía andar, ya jugaba al toro. «Recuerdo que entraba a matar en un macetón que había en el patio. Te puedes imaginar: la maceta por un lado, la espada de madera por otro y yo por otro", añade riéndose.
Historia
Toma el nombre la calle de la familia Guarnido, que data de los padrones de 1477. Poco más cuenta su historia oficial. Quizá que los Guarnidos seguían allí un siglo más tarde, muy posiblemente en el número nueve, que parece un palacio sintuoso. Mucho ha llovido desde aquella época a la actual. Ahora, a las puertas de la calle no está El Miseria sino el bar Cauca, que se da la mano con San Agustín. Allí está Luis Arbey Mezu, un colombiano que de joven emigró a la vieja Europa con un oficio de cocinero aprendido. Estuvo en Hamburgo algunos años y allí conoció a una jerezana que lo trajo aquí. «Antes había estado en Jerez, y me encantó. O sea, que ya sabía adonde venía», subraya.
En el bar que ha montado en Guarnidos se sirven comidas de la tierra. Luis tiene, al parecer, buena mano. El pollo con piña y queso, los burritos o el pato con remolacha y salsa de naranja son platos de la casa. Los nachos también se preparan. De las ollas que antaño sonaban en la calle, con pucheros ardientes cargados de avíos, a los nachos que nos tiene prometido comer un día el colombiano moreno.
La vida ha cambiado y Guarnidos no se ha quedado atrás. Afortunadamente, todavía huele a pan nuevo. No todo se ha ido por el sumidero de los recuerdos.