Rice manda callar a Bush
Sucedió en la cena de despedida, en la residencia del primer ministro en Jerusalén. George W. Bush compartía con los principales miembros del Gabinete israelí un menú a base de ensalada, sopa de verduras y cabrito, y algo de ese carácter dicharachero tan reñido con la buena diplomacia que le ha dado fama de ingenuo torpe.
Actualizado:La peligrosa jaula de grillos que es el Ejecutivo hebreo debió parecerle un corro de amigos cuando se arrancó ante los ministros más ultraderechistas a comparar la política israelí con «el kárate». Y se atrevió a pedirles que protegieran a Ehud Olmert, al que tantas veces han amenazado con abandonar. «Es un líder fuerte al que aprecio, cuidadle para que permanezca en el poder», proclamaba el invitado ante los anfitriones atónitos. Condoleezza Rice intentó arreglar aquello mandando a su jefe una notita, que Bush leyó en voz alta: «Dice que me calle, que cierre la boca». Diplomáticamente, la mesa rió la gracia del huésped. Rice, no.
Horas después, el inquilino de la Casa Blanca cambió la risa por el llanto cuando visitó el Museo del Holocausto. Cabizbajo y entre lágrimas, Bush hizo una ofrenda floral en memoria de las víctimas de los nazis y señaló que «enfrentados a crímenes indescriptibles contra la humanidad, espíritus valientes, jóvenes y viejos se mantuvieron firmes en sus convicciones. Es un honor estar aquí, es una experiencia conmovedora».