ANABOLIZANTE

La ciudad muerta

Aparte de con nuestras familias, la Navidad vuelve a reencontrarnos con viejos amigos que hace tiempo que no vemos porque, por una cosa u otra, ya no vivimos en el mismo sitio, ya no nos encontramos en el bar de siempre, ni en el cine, ni en la calle... Cada Navidad, la gente joven de Cádiz que vive fuera vuelve a evocar viejos momentos, se reencuentra con sonrisas antiguas. Y también constata una vez más una verdad grande como un templo, duela a quien duela: Cádiz se muere.

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Y no, no es un discurso nostálgico. Cádiz envejece brutalmente, sumida en el paro y en la ausencia de oportunidades para crecer y desarrollarse. Lo han dicho las estadísticas: la gente joven se va. Y no precisamente a hacer turismo, o a vivir en una casa grande en Puerto Real, como alguien insinuó en su momento.

Cádiz se muere, y parece que hay gente con prisa por darle la extremaunción, para convertirla en una ciudad cementerio, un hogar para jubilados, con grupos de parados jugando a las cartas en los bancos de la Alameda. Una ciudad con tres meses de turismo aburrido y un año entero de decadencia.

El otro día -salió en todos los medios locales- clausuraron un concierto ilegal en Cortadura. Un concierto de rock que daba un grupo en el que, por cierto, tengo grandes amigos. Como no tenían excusas sólidas (¿cuántas veces se habrán hecho conciertos en las mismas condiciones?) se inventaron que se trataba de una fiesta rave, y así de paso volvían a colgar en la mente de los ciudadanos el asqueroso eslogan de «reunión de juventud igual a peligro social».

Lo cierto es que han vuelto a joder a los pocos jóvenes que van quedando en Cádiz, que cada vez ven más mermadas sus posibilidades de expresión artística, de socialización, y de diversión. Que cada vez sienten más que se les está boicoteando, acorralando, mutilando, e invitando cortésmente a coger la puerta (de tierra) e irse.