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Chano y una medalla de astilleros

Estoy seguro que lo han hecho en los astilleros», le espetó ayer Chano Lobato a Carmen de la Jara, nada más recoger la medalla que acredita al cantaor de Santa María como flamante Premio Pastora Pavón Niña de los Peines, el galardón bienal que concede la Junta de Andalucía. El jurado decidió otorgárselo «en reconocimiento a su talento, a su cante, a su generosidad. Por seguir gozando de una voz prodigiosa y de un no menos prodigioso sentido del compás a sus ochenta años».

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Su prodigio pegó sin embargo dos o tres cambayás al subir la escalerilla del antiguo monasterio que ahora acoge al Espacio Iniciarte en la sevillana calle de Santa Lucía. No se cabía allí, en una convocatoria presidida por la consejera de Cultura, Rosa Torres, y en cuyo transcurso también tocaría el turno de otros premios y de otros nombres: así, la pintora Carmen Laffón -sevillana muy vinculada a Sanlúcar¯asumió el Premio Pablo Ruiz Picasso, mientras que el premio Andrés de Vandelvira recayó en el historiador gallego-andaluz Antonio Bonet Correa y el cineasta Miguel Picazo -autor de aquella célebre y excepcional Tía Tula¯se hacía con el José Val del Omar. El Premio Patrocinio y Mecenazgo fue a parar a manos de Braulio Medel, en su condición de actual presidente de la Federación de Cajas de Ahorro de Andalucía, a cuya labor cultural se pretendió reconocer. Entre los premios Iniciarte 2007, también figuraba otro gaditano, el pintor linense Juan Carlos Bracho Jiménez, que subió al escenario junto con otros dos galardonados, Santiago Cirugeda y Cristina Lucas.

Pero quizá el aplauso más cerrado de la sesión recayó en el viejo patriarca de los cantes de Cádiz. Pulcramente vestido, bromeaba junto a Matilde Coral sobre cuánto se llevaría Hacienda del talón que acompañaba a la que él suponía como una medalla fabricada en Astilleros: «Yo he aprendido mucho de Cádiz. ¿Quién me iba a decir que un gaditano como fue Bernardo El Aceitunero me iba a enseñar a mí la valenciana o el zorcico?», evocaba la bailaora trianera con Manolo Sanlúcar, cuyo libro sobre la guitarra supone una interpretación exhaustiva de un intérprete flamenco a dicho instrumento mágico: «Nuestro ritmo viene de hace miles de años y es lo que da identidad a Andalucía», comentaba el guitarrista, no mucho después de que hubiera dicho algo similar Antonio Fernández Díaz, Fosforito, aquel cantaor de Puente Genil cuyo servicio militar en Cádiz le marcaría para siempre en compás por alegrías: «Marcial ya hablaba de la belleza encarnada en un hombre que canturreaba ritmos de Gades. Cuando lo leo, se me vienen a las mientes cualquier gitanillo de hoy».

Chano no habló en público pero no dejó de hacerlo en privado, junto a su paisano, el cineasta flamenco Julio Diamante, sin ir más lejos. Escoltado de cerca por su hijo, que empieza a recuperarse de una vieja lesión, su mirada delataba gratitud y cansancio. Apenas un mes atrás, había vuelto a actuar en público en Sevilla, en una gala de la Fundación Antares en el Teatro Lope de Vega. Allí, estuvo rodeado por Romerito -cuyo Carbono 14 también alcanza varios trienios¯y por el Nano de Jerez. Cantó con casta y solvencia. También el público le vitoreó como a los toreros gloriosos. Al salir, le pregunté cómo estaba: «Bien, bueno, tú ya sabes». ¿Y Rosario? «Bien, bueno, tú ya sabes ». ¿Y Chanito?: «Bien, bueno... ¿Quién está estupenda es Linda, la perra! Cuando me quedo a solas con ella, para mi que se levanta y comienza a bailar haciendo un desplante». Naturalmente, le solté que se estaba pareciendo a Pericón: «¿A Pericón, yo? ¿Si Pericón era muy embustero!».