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APOYO. Hillary saluda a sus simpatizantes con gesto triste. / EFE
MUNDO

Hillary contiene las lágrimas

Sus propios colaboradores se referían a ella como «la persona más famosa que nadie conoce». Hasta que el lunes, rendida por el cansancio de la campaña después de haber puesto toda la carne en el asador, dejó traslucir durante unos minutos la impotencia de quien cree que su país comete el tremendo error de elegir a un joven soñador e inexperto frente a sus 35 años de experiencia.

M. GALLEGO
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No hubo lágrimas, sólo un brillo cristalino en los ojos y una voz ahogada, pero viniendo de la dama de hierro de la política estadounidense dejó a todo el mundo sin habla. El momento de debilidad de Hillary Clinton, 60 años, ocurrió en un café de Portsmouth, donde una votante independiente le hizo una pregunta: «¿Cómo se las arregla para aguantar?».

«No es fácil, y no podría hacerlo si no creyera apasionadamente que es lo correcto», empezó a responder. «Para mí esto es personal, no es político o público. Creo tan firmemente en quienes somos como nación que voy a hacer todo lo que pueda para defender mi postura y que sean los votantes los que decidan al final».

«¿Plánchame la camisa!»

Para entonces ya se le había quebrado la voz y le asomaban las lágrimas que nadie vio. «Porque veo lo que está pasando », dijo queriendo recuperar la compostura. «Hasta yo le quise dar un abrazo», reconoció después uno de los periodistas. Los más cínicos creen que fue una maniobra de manipulación, pero Raymond Buckley, presidente del Partido Demócrata en New Hampshire, defiende su autenticidad. «Siempre ha pensado que como mujer en un mundo de hombres tenía que ejercer control emocional, pero es más cálida y humana de lo que la gente ve», aseguró.

Sus enemigos no tardaron en hacerla trizas por ese gesto de debilidad. No faltó quien dijo que Margaret Thatcher nunca lloró. Pero quizás lo que más ilustraba las dificultades de una mujer en la competición por la Casa Blanca eran los gritos de dos jóvenes que interrumpieron uno de sus actos de cierre de campaña al grito de «¿plánchame la camisa!».