ERUDITO. Pedro Manterola, en una de las salas del museo. / LA VOZ
PEDRO MANTEROLA DIRECTOR DEL MUSEO JORGE OTEIZA DE NAVARRA

«Oteiza era un seductor»

El gerente desentraña las leyendas y los malentendidos en torno al artista en el centenario de su nacimiento y pone el acento en la importancia de su escultura

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Viejo amigo y colaborador muy informado de Jorge Oteiza, el verterano catedrático Pedro Manterola -hermano de Javier Manterola, diseñador del segundo puente de Cádiz- ha resultado la persona ideal para llevar el Museo Oteiza (Huarte, Navarra) en un tiempo en que no se auguraba nada bueno, después de que se viera obligado a dimitir el director inicial, Alberto Rosales, cabeza de turco en las extrañas disputas generadas por el sector abertzale del patronato, partidario a ultranza de la controvertida operación comercial emprendida por Oteiza en sus años finales, cuando casi ya no podía salir de casa y controlar in situ y con detalle la nueva producción de obra. Manerola fue la solución, pero lo quiere dejar; quiso hacerlo ya, pero el recambio no es fácil, cuando además en 2008 se celebra el centenario del artista. Él no tiene colección que sacar a la venta, ningún interés que no sea su función y su fidelidad a la memoria y la obra de Oteiza, y habla con libertad.

-O sea que se va sin remedio.

-Bueno, sí, digo que me voy, me voy y nunca me acabo de marchar de aquí..., como en la canción. Mi contrato se acabó en 2006... Yo soy muy viejo y ya no tengo mucho que dar...

-Con usted se han apaciguado los ánimos y las cosas parecen haber ido bien.

-Buscaron a alguien que pudiera ser admitido por todos. Hemos hecho un plan para el museo ajustado a mi gusto y yo creo que ha funcionado, pero también pienso en una nueva cabeza que le dé un nuevo impulso. A mí lo que más me interesa son los aspectos científicos del museo, las publicaciones... Me parece esencial también que produzcamos exposiciones que sirvan a lo que es la orientación del centro, y no traer exposiciones de aquí o de allá sin más. Pero quizá haya que abrir el abanico...

-Cabría esperar asimismo que se abriera a los que han tenido o tienen a Oteiza como fuente de su trabajo.

-Esa sería una posibilidad rara.

-¿Rara?

-Sí, porque su influencia estética es mucho menor de lo que se piensa; es el personaje el que ha influido mucho. Cuando estaba en la facultad, en Bilbao y en Vitoria, los alumnos eran todos oteizistas, no había casi ningún chillidiano. Oteiza era un personaje legendario, alguien que tenía una actitud pública, que decía no de manera tajante. Oteiza representa el modelo romántico del artista: el artista contra el mundo. Pero la obra es menos conocida, por compleja.

-Su trabajo experimental, que culmina a finales de los 50, deja los formatos en escalas muy discretas; no parece que piense en sacarle un partido en formatos mayores para instalarse en calles y plazas, ¿o sí?

-O sí. Él mismo decía lo que usted cree sobre su obra, pero también lo contrario. El enfrentamiento consigo mismo era habitual. Acusaba a Chillida de hacer grandes monumentos, pero en los últimos años de su vida él mismo se dedicó a poblar el país de obras gigantes sacadas de esculturas pequeñas. Sus esculturas no tienen una escala, porque que no tienen un lugar. Su lugar es esa abstracción que él llamaba del espacio abierto...

-¿Y están bien o no, todas esas esculturas públicas?, ¿Está bien la de Biarritz, correspondiente a la llamada operación Marlborough?

-Yo al Ayuntamiento de Biarritz ya le manifesté mis reservas sobre esa obra. No pretendo tener razón; sólo dar mi opinión. Y lo que pienso es que hay algunas ampliaciones que están bien. Las más abstractas, las cajas y los cuboides Malevitch funcionan bien en grande. De todas formas, en su época más creativa, Oteiza abominaba de las esculturas grandes; hablaba de una escultura a la medida del hombre, como consecuencia de un proceso que llamaba creativo. Pero no era verdad. Oteiza era un creador, pero no era un creador experimental.

-¿Ah no?

-Él decía que se comienza racionalmente y se acaba irracionalmente; pero a veces procedía al revés: en vez de deducir, de hacer pequeñas piezas con un sentido experimental y luego asociarlas hasta llegar a una pieza final, lo que hacía era intuir la pieza; la hacía y luego inducía el proceso... Como buen metafísico, era un artista intuitivo.

-Creo que a la fundación se le plantea un problema con los herederos, ¿qué es lo que está en juego?

-Lo que subyace es el tema de los derechos de propiedad intelectual; un problema que se plantea con gentes de su familia interesadas en esos derechos. Lo que creo es que el museo cuenta con una donación plena, de la obra y la propiedad intelectual. El patronato hizo una declaración en este sentido. Deseo que esto se aclare de una vez. Yo he propuesto que se vaya al juzgado; hay infinidad de estudios que nos dan la razón.

-¿Ha sido éste un buen tiempo para usted?; ¿ha trabajado con libertad?

-Yo no tengo más que agradecer al patronato su apoyo. También es verdad que ahora, con tres miembros más, es más manejable. Pero los miembros que en otro tiempo manifestaron cierta oposición a cómo se hacían las cosas, me han apoyado; son los primeros que me han pedido que me quede. El Gobierno, para empezar, ha sido respetuoso y he tenido su respaldo; sabe que a mí sólo me importa la obra de Oteiza.

-Es lo normal, ¿o no?

-A veces hay gente que sólo le importa la obra de Oteiza en función de ciertas posibilidades de acceder al campo del poder. El Oteiza que solicitan es el comprometido políticamente, que también es un Oteiza verdadero, aunque nadie sabe qué tipo de ideología tenía; es la cosa más compleja del mundo.

-¿Tan mal lo hizo Rosales, el director con el que empezó el museo?

-Apenas le conocí. Le vapulearon mucho; lo quemaron enseguida. Era un historiador joven, conocedor de la obra de Oteiza y parecía tener ideas. Hay que decir que a mí, muy al principio, me ofrecieron la dirección del museo y la cátedra; sólo acepté esta última; el propio Oteiza me había ofrecido antes entrar en el patronato y también le dije que no. A mí el carácter de Oteiza, esa personalidad tan encarnizada consigo mismo, no me gustaba... Podía ser el hombre más generoso del mundo y también el más miserable; ese tipo de personalidad me abruma. Oteiza era un seductor y confieso que viví un tiempo seducido por él, cuando le conocí en el 64 o el 65... La verdad es que cuando me volvieron a ofrecer esto no era muy consciente de lo que había pasado; no hubiese aceptado por los problemas de gerencia. La programación artística no me daba miedo, pero yo no soy un experto en problemas administrativos.

-Pues es lo que se pide ahora para estar al frente de los museos.

-¿Y saber de márketing! Lo que hace falta es una buena gerencia, que es lo primero que me busqué yo.