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Opinion

Garantía judicial

El afortunado desmantelamiento de otro grupo de activistas de ETA acabó ensombrecido ayer por las lesiones sufridas por el presunto terrorista Igor Portu durante su detención por la Guardia Civil. Lesiones que constituyen motivo suficiente para que el Juzgado de Guardia de San Sebastián, cuyo médico forense ordenó su traslado a un centro hospitalario, decidiera abrir las correspondientes diligencias previas. El procedimiento no sólo es preceptivo y hasta obligado. Es también el idóneo para despejar las dudas que la sistemática denuncia de malos tratos y torturas por parte de personas acusadas de actividades terroristas suscita en un caso en el que concurre la evidencia física de una costilla rota, un derrame pleural y un extenso enfisema, acompañados de magulladuras y erosiones. Pero mientras el Juzgado procede a describir los hechos y a determinar las posibles responsabilidades, las fuerzas políticas democráticas deberían conceder a la versión ofrecida por quienes tenían la obligación de custodiar al detenido el grado de verosimilitud que merece el desempeño de su tarea.

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Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tienen la obligación de tratar a los detenidos preservando tanto su integridad y dignidad como garantizando la de los funcionarios que proceden a la detención. El criterio básico es que, en el caso de que fuese necesario el empleo de fuerza física, ésta sea aplicada de manera proporcional a la resistencia que oponga el detenido. Es precisamente la existencia de esa proporcionalidad sobre lo que deberá dilucidar, en primera instancia, el Juzgado de Guardia de San Sebastián, corroborando o cuestionando los términos empleados ayer por el ministro Rubalcaba al avalar la intervención de los guardias civiles como «reglamentaria» y acorde «escrupulosamente» a la legislación.

Pero, a la espera de que se esclarezcan judicialmente las circunstancias, toda acusación dirigida a imputar culpas o a sembrar de sospechas la actuación del instituto armado contribuirá al objetivo que siempre pretenden los terroristas: aparecer como víctimas cuando son descubiertos sus planes de destrucción y muerte.