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El amenazador 'empate técnico'

Las encuestas preelectorales publicadas hasta ahora informan de la existencia de un «empate técnico» entre los dos grandes partidos Y aunque, por fortuna, los sondeos no son infalibles como a la vista está -en 2004, nadie previó el gran vuelco; apenas alguno llegó a intuirlo sin atreverse a afirmarlo-, esta perspectiva es sencillamente inquietante: si se confirma la previsión, todo seguiría, o podría seguir cuando menos, como hasta ahora.

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Efectivamente, la legislatura que concluye se ha caracterizado principalmente, en lo formal, por la existencia de un gobierno en minoría, que ha debido pactar sus actuaciones legislativas y ejecutivas con las diferentes minorías y que ha tenido que renunciar a las grandes reformas que requerían mayoría cualificada por la imposibilidad de pactarlos con el principal partido de la oposición: la hostilidad entre ambos era de tal magnitud que impedía cualquier acercamiento ocasional.

Pero, además, el cuatrienio que está a punto de expirar ha sido tristemente notorio por la acritud que se ha deslizado en todos los discursos, por la dureza de la rivalidad entre las principales formaciones, por la destemplanza de las controversias entre los líderes, plagadas de descalificaciones y dicterios. Este comportamiento sistemáticamente ineducado y hosco de la clase política ha generado gran desagrado en la opinión pública. No hace falta recurrir a expertos psicólogos para descubrir el rechazo profundo con que la sociedad ha acogido la desagradable enemistad de que han alardeado los principales líderes en estos últimos años, en una actitud que ha hecho primar el interés personal y partidista sobre el general del país.

Así las cosas, la perspectiva de que todo siga igual resulta simplemente desoladora. Si, como se apunta, PP y PSOE consiguen resultados muy parecidos, en la horquilla entre 150 y 160 escaños, lo que ocurrirá no es muy difícil de prever. De entrada, los dos líderes, Zapatero y Rajoy, se sentirán legitimados para continuar el frente de sus respectivas organizaciones. Y comenzará una colosal subasta. Con una particularidad: enfrente de los líderes estatales ya no estará Jordi Pujol, aquel estadista que supo entender perfectamente el papel que correspondía al nacionalismo catalán en aquella tarea, constitucionalmente impuesta, de facilitar la gobernabilidad del Estado. Hoy, estos conceptos han perdido todo su sentido: los apoyos se prestan a cambio de dádivas materiales o políticas que tienen un precio tasado. La política es cada vez más mercadeo y ruindad.

Tampoco la sociedad está siendo un modelo de sutileza ni de integridad moral. En las pasadas elecciones autonómicas y municipales se comprobó que los episodios de corrupción que han proliferado en determinadas comunidades autónomas no han afectado al apoyo electoral de las formaciones implicadas en los fraudes. Y no se ve la menor señal de que la degradación de la política esté suscitando movilización intelectual o mayor compromiso político por parte de la ciudadanía. Más bien parece que la decadencia de la política está en relación con el agotamiento y el declive de los principios éticos y los valores democráticos

Así las cosas, tenemos que prepararnos para lo peor o disponernos a tomar, como ciudadanos/electores, las riendas de una situación que está en nuestras manos. De entrada, no deberíamos dar lugar a las especulaciones sobre los efectos de la abstención o la participación en los cómputos finales porque habría de darse por descontado la participación masiva y activa de todos en el quehacer político. Y, sobre todo, cada elector debería hacer de su obligación de participar un interés auténtico. Interés por conocer las ofertas, por analizar la fiabilidad de quienes las formulan por dar a la democracia un sentido creativo y auténtico.