LECHE PICÓN

Mensajes navideños

Recuerdo, y no hace muchos años de ello, que en cuanto el día de la Inmaculada quedaba atrás en el calendario comenzaban a llegar, en el correo diario, sobres pulcros conteniendo felicitaciones navideñas -christmas, es el anglicismo al uso-, multicolores, bienintencionados y llenos de deseos hermosos, que adornaban hasta bien pasada la Epifanía los anaqueles del despacho. Hoy, apenas si son un puñado de ellos los que llegan, y casi siempre de empresas que más los usan como instrumento de publicidad que como mensaje de Navidad. El correo electrónico y, sobre todo, el teléfono móvil han solapado esos christmas entrañables, una de las tantas cosas con que las nuevas tecnologías han acabado para siempre. Porque eso es lo malo de los avances científicos, que terminan con la ingenuidad, con lo simple, con lo sencillo y a la vez profundo. Compruébenlo, si no, en estos días, y verán cómo los niños ya no gozan con los juguetes de antaño, los que despertaban la imaginación y la creatividad, y cómo ahora solo gustan de viodeojuegos y máquinas que adocenan y hacen que ni corran, ni salten ni, en suma, se comporten como lo que son.

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Pero a lo que iba, que me voy por las ramas. En la Nochevieja, poco antes de las uvas o recién acabadas las doce campanadas, los teléfonos móviles sonaban en una cacofonía de timbres y pitidos que anunciaban la llegada de un esemeese. Y ahí estábamos todos, con los dichosos aparatejos en la mano, dándole a las teclas como posesos y leyendo en su pantalla líquida los mensajes de los amigos deseando paz y felicidad para el año entrante y, sobre todo, las paridas de los cachondos de turno. Algunas, justo es reconocerlo, realmente ingeniosas cuando no desternillantes. Vaya, como muestra, el que venía a decir lo siguiente, y lo transcribo sin ninguna intencionalidad política: «Zapatero ha recomendado este fin de año austeridad: comer conejo y a la cama. El Partido Popular ha recomendado justamente lo contrario: a la cama y a comer conejo». O este otro: «Ya han cogido a los que le pegaron la paliza a José Luis Moreno: fueron Monchito, Macario y Rockefeller, que estaban hartos de que les metiera mano por detrás». Y así decenas de mensajes que venían alegrar una noche tan melancólica -al menos para mí- como la de fin de año. Aunque esté uno rodeado de todos sus seres queridos -empezando por mi mujer y mis hijos, que en el antepenúltimo artículo, el de la «Otra Navidad», no los cité y no se figuran la que me han liado- y hay trabajo y salud, aunque no sea para tirar cohetes, que ya saben ustedes que estoy enganchado al Ventolín dichoso.

Se han perdido los chritsmas y poco a poco estamos perdiendo todos los signos de una cultura. No somos conscientes de que en apenas una generación se ha producido el más drástico cambio operado en toda la historia de la Humanidad. Y hoy nos parecen normales y hasta cotidianos cosas y aconteceres y sucesos y mecanismos que hasta hace poco podían parecer cosas de magia. El signo de los tiempos, dirán algunos. Yo digo que no estamos valorando las pérdidas y las ganancias, y que a lo mejor es necesario sentarse y reflexionar sobre unas y otras y ver qué nos estamos dejando en el camino. Miedo me da el balance. Miedo me da que dentro de poco sea precisa una máquina hasta para lo más primario, hasta para lo más sencillo. Para el tacto, para el beso, para decir te quiero. Miedo me da.