Opinion

Miedo a meter la pata

Al reducirse la diferencia entre PP y PSOE en intención de voto, ambos partidos extreman la prudencia en sus declaraciones, temerosos de meter la pata y producir un corrimiento de afectos ciudadanos hacia las filas adversarias. Pero quien ayer ofrecía mayores cautelas al ser interrogado por los informadores era el líder 'popular' Rajoy, eludiendo toda respuesta a dos preguntas que tal vez consideró excesivamente delicadas: qué opinaba sobre el conflicto entre la Iglesia y el PSOE, y si pensaba derogar, en caso de formar Gobierno, la ley del matrimonio entre homosexuales.

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Tampoco Zapatero ni su partido dieron un paso al frente para desdramatizar el eco de los últimos datos económicos, sobre inflación y paro, a los que Rajoy se aferró para decir que el Gobierno estaba recogiendo ahora los frutos de su propia inacción, como sugiriendo que no se había adoptado por el ejecutivo socialista las necesarios medidas previsoras. Pero tiempo tendrá ZP y las huestes electorales del PSOE para defender la política económica de Solbes, pues Rajoy se mostraba ayer decidido en Guadalajara a convertir la economía en su objetivo principal de cara al 9-M. Así lo anunció inmediatamente después de responder que "mi postura sobre ese ya es conocida" a las preguntas sobre el pulso de los obispos al Gobierno y sobre si derogaría la ley del matrimonio homosexual si ganase las elecciones.

Los sociólogos electorales más perspicaces no se atreven a anticipar el efecto de la actual placidez "popular" sobre sus votantes tras una legislatura en la que la crispación política y hasta al bloqueo institucional (obsérvese las situaciones interinas en el CGPJ y en el Tribunal Constitucional) han sido ejercicios habituales de la oposición conservadora.

Y tampoco se arriesgan esos expertos a procesar el efecto de un PSOE aproximándose al centro sociológico sobre esa multitud de jóvenes que hace cuatro años se volcaron en las urnas para darle la victoria.

A los electores no les gusta que un líder eluda una respuesta amparándose en el recurso tontorrón de que "mi postura ya es conocida en ese asunto", sobre todo cuando los políticos cambien tan fácilmente de postura.

Y tampoco le gusta al sector de un electorado que hace cuatro años votó una alternativa progresista que la proximidad de las urnas y, ante el caladero de votos que ofrece el llamado centro, intente disimular el PSOE la realidad de sus leyes más atacadas por el Partido Popular y los obispos, pero asumidas sin esfuerzo por la sociedad. Habla algún experto en movilización de votantes que el progresismo joven sólo se acerca a las urnas por estímulos fuertes, como el que se dio el 14-M, mientras que la izquierda madura, aunque muy concienciada, ofrece a los políticos de su cuerda una actitud perezosa y encallecida.