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Opinion

Expectativa americana

Estados Unidos enfila desde ayer la ruta electoral que conducirá al final del mandato de George W. Bush y, con él, a un seguro cambio de ciclo en la política del país sea cual sea el resultado de las presidenciales de noviembre. El peculiar e incomparable sistema de designación de candidatos, iniciado con los caucus de Iowa, obliga a evaluar con suma cautela los primeros pronunciamientos de la ciudadanía, que en el citado estado ha otorgado un valioso espaldarazo a las aspiraciones del demócrata Barack Obama y al republicano Mike Huckabee, dos políticos contrapuestos que comparten la heterodoxia de sus respectivas candidaturas. Una victoria que resulta muy significativa en el caso del senador afroamericano, que ha logrado imponerse con holgura a John Edwards y, sobre todo, a Hillary Clinton en un territorio de abrumadora mayoría blanca. Obama ha demostrado la capacidad de arrastre de su carisma y el valor movilizador del discurso de la esperanza, en un país muy polarizado, frente a dos oponentes tan experimentados como Clinton y Edwards. Pero el incentivo que está suponiendo para el electorado la apasionante batalla por el poder en el seno de los demócratas podría redundar en una falta de unidad que termine por favorecer los intereses de sus adversarios, lastrados por el desgaste de la Administración Bush.

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Aunque la fanfarria electoral dé a entender que se trata desde ya de un presidente amortizado, el actual inquilino de la Casa Blanca aún tiene por delante casi un año de mandato, en el que deberá seguir encarando las dificultades derivadas de la intervención en Irak o de la inestabilidad en Afganistán o Pakistán y amenazas persistentes como el desafío nuclear iraní. Condicionado por la inseguridad que los atentados del 11-S inocularon en la sociedad norteamericana, los EE UU de Bush han ejercido un marcado liderazgo alimentado de un creciente ensimismamiento, que ha procurado más adhesiones que complicidades en la lucha contra el terror. La comunidad internacional, y en particular la Europa más desafecta hacia la estrategia de Washington, tiene motivos para esperar que el relevo presidencial propicie una mayor concertación en torno a los valores de paz y democracia compartidos. Pero también ha de ser consciente de los límites que comporta el cierre de la era Bush y de la posibilidad de que su sucesor repliegue a un país inquieto por la crisis económica y superado psicológicamente por la guerra de Irak.