VUELTA DE HOJA

Condenados a la virtud

Los ingleses, si bien no todos, dicen que el oro es tiempo. Nosotros, incluidos los menos diligentes, entre los que me cuento, solemos decir que el tiempo es oro. La verdad es que no es tiempo todo lo que reluce y que el oro, en esta época, es un pseudónimo del petróleo. Ese líquido por el que transcurre la sangre de la modernidad ha alcanzado en el Imperio la barrera histórica de 100 dólares por barril y eso ha disparado el precio del oro. Una extraña relación. ¿Qué importa que en esta lejana provincia haya subido el precio de la leche, de la harina y del pollo? Eso sólo significa que así como nos habíamos adaptado a vivir con más, tendremos que irnos habituando a hacerlo con menos. No hace falta ser un buen mayoral para darse cuenta de que las vacas flacas del pueblo se han escapado.

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El paro y la inflación van a cambiar nuestro modo de vida. Incluso la manera de vivir de quienes no gozaban de esos modos, pero confiaban en que fueran permanentes y extrañan el ruido que hacen las señales de alarma y más cuando suenan a dos meses de las elecciones. ¿Qué creíamos? Las temporadas de bonanza no son más que el preludio de las rachas de escasez, pero no hay que ponerse así, ya que todavía tenemos algo que ponernos. Para ver venir los malos tiempos, nuestros políticos no han tenido que adquirir gafas graduadas. Lo que se les puede reprochar es que hasta anteayer fueran todos tan optimistas y ahora, brusca y unánimemente, prediquen catástrofes.

Resistiremos. La misión del pueblo ha sido siempre la misma: aguantar. Aguantar lo que le echen, ya que nunca ha podido echar a sus inaguantables líderes. Todo parece indicar que van a condenarnos a practicar la terrible virtud de la austeridad. Vendrán tiempos mejores. Ya se sabe que Dios aprieta, pero no afloja.