MIMOS. Dolores arropa a su madre María, en la pequeña cama donde lleva postrada tres años.
ANDALUCÍA

La mujer más longeva de Andalucía vive en una chabola

María Díaz Cortés cumplió ayer 116 años con la esperanza de que el Ayuntamiento de Sevilla la traslade a una vivienda de protección oficial

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María tardó más de tres días en hacer el camino desde Granada a Sevilla. Era mocita. Su madre la subía un rato en el burro que marcaba el lento paso de la partida. Un animal escuálido que transportaba los pocos enseres de la familia Díaz-Cortés. Pero la mayor parte del difícil recorrido la hizo a pie por caminos de piedra y lodo. No tenía zapatos. Pasaron hambre y sed. Pero este viaje, que tuvo lugar en los albores del siglo pasado, bien pudo ser de otra forma. Cuando se acaba de cumplir 116 de años, el pasado se convierte en historia y la historia la suelen escribir los vencedores o, en todo caso, los de memoria de hierro.

La memoria de María Díaz Cortés, que nació en el granadino barrio de Sacromonte el 4 de enero de 1892, es hoy por hoy su hija Dolores, que cuida con esmero a la que, con toda seguridad, es una de las personas más longevas de Europa.

Lo que no le quita nadie es el título de 'abuela' de Andalucía. Un mérito con poco premio. María vive en una casa prefabricada en el El Vacie, el mayor asentamiento de chabolas que aún existe en nuestra comunidad. Una infravivienda de unos cuarenta metros cuadrados que no tiene agua caliente y, en días como el de ayer, ni electricidad. Y ayer era uno de esos pocos días especiales. «La abuela va a salir en la tele», gritaba uno de sus tataranietos.

Cinco hijos

Le gusta estar en su camita. Eso sí, el moño bien arriba y muy aseada. Sigue siendo coqueta. El cuarto es diminuto. Las paredes de plástico. Demasiado endebles para el rigor del invierno y un suplicio en los rigores del verano sevillano. En las paredes no hay adornos. Ni una mesita de noche, ni un armario. En una esquina, una silla de ruedas colmada de batas, zapatillas y bolsas con objetos.

María tiene poco en el apartado material, pero afecto no le falta. Nunca está sola. Tuvo cinco hijos, pero cuatro de ellos hace décadas que viven en otras ciudades (Málaga, Córdoba, Barcelona) y apenas los ve. Dolores, la pequeña -tiene 65 años-, se hace cargo de todo. Ella también ha olvidado muchas cosas de la vida de su mama. Bastante tiene con el día a día, como para sumergirse en un pasado tan profundo.

María salió de Granada con diez o doce años, por lo tanto, lleva más de un siglo en Sevilla. Aquí se casó y formó su familia. La mayor parte de este tiempo, en El Vacie, de chabola en chabola.

El árbol genealógico de esta mujer es todo un enigma. Sólo en Sevilla tiene 30 biznietos, algunos de los cuales ya han tenido hijos y esos hijos otros hijos. «Cinco veces nietos», apunta Dolores para intentar explicar a su manera las generaciones que tienen como vínculo a María.

Viuda

Enviudó joven. De eso sí se acuerda Dolores, porque jamás conoció a su padre. Murió el mismo año en el que ella nació. Le tocó sacar para adelante a los suyos. Una tarea nada fácil para una gitana en una España que aún no había padecido el terror de su Guerra Civil.

María va y viene de su pasado. Utiliza un lenguaje confuso, pero cuando quiere pedir algo se le entiende perfectamente. Su hija le pone otra manta encima para arroparla -en la casa no hay calefacción, porque saltan los plomos-. Atrás, muy atrás, quedan los años de recolectora de algodón o de tabaco, de sirvienta y, sobre todo, de vendedora ambulante.

Trescientos euros al mes

Una hoja laboral dura, pero de esas que no cotizan. Le ha quedado una paga de 300 euros al mes. De ese dinero viven cinco personas.

«Le gustaba contar historias, sobre todo de sus padres en Granada, aunque yo ya de eso casi ni me acuerdo», narra Dolores. Algo de la sazón de 'la abuela' si queda en su paladar: caracoles guisados, patatas a lo pobre, migas y tortillas -de esas que con el paso de los años se le han bautizado estilo Sacromonte-.

Hasta 2005, María tenía ya 113 años, se valía por sí misma. Hoy, postrada, necesita la ayuda de los suyos para todo. Para lavarla deben calentar agua en un cazo. Y hay días, como el de ayer, en los que la luz se va. En El Vacie nadie paga la electricidad, no hay contadores. La basura la recogen en fechas indeterminadas y lo más fácil es tirarla al lado de la chabola. Las calles carecen de pavimentos o farolas. El barrio tiene fama de muy conflictivo.

Y María, pese a todas estas vicisitudes, está más fresca que una rosa, con la salvedad de sus problemas motrices. No padece nada del corazón, ni del hígado, ni de los riñones, ni migrañas y apenas se resfría. «¿El secreto de mi madre?, pues no hace nada especial; come lo mismo que nosotros y ha trabajado mucho», cuenta Dolores que abunda con satisfacción que el médico del cercano centro de salud de Pino Montano ha ido a verla un par de veces a la casa. «Y nunca le manda ninguna medicina, porque dice que está muy sana», dice mientras sonríe y acaricia la mano de su madre.