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TRIBUNA

Operación 'Walkiria'

L a enésima película que prepara Hollywood sobre el nazismo se llama Valkyrie. Su argumento aborda aquel atentado contra Hitler del que el dictador nazi se salvó e inició una paranoica limpieza de opositores en el seno de su Ejército. Los estudios de la United Artists son los encargados del proyecto, dirigido por Bryan Singer, y el film viene precedido de polémica. Klaus von Stauffenberg, el coronel alemán que hizo estallar la bomba, está interpretado por Tom Cruise. Éste, con su aspecto de eterno adolescente y sonrisa feliz, encarna a un hombre de 1,90 de estatura, manco y tuerto, un personaje cargado de dramatismo y ambigüedad moral, considerado un héroe de la resistencia anti-nazi. El actor se ha hecho con el papel protagonista a pesar de las numerosas críticas. La principal, del propio hijo, el conde Berthold von Stauffenberg, quien le ha pedido a Cruise que no toque la memoria de su padre. A pesar de ello, desde el pasado mes de Julio ha comenzado el rodaje. El nombre en clave Walküre hace referencia a un selecto grupo de militares alemanes que concibieron un plan secreto para asesinar a Hitler. «Debo hacerlo para salvar la patria». Con estas palabras, el coronel Stauffenberg aceptó la misión de matar al Führer. Pero nada ocurrió según lo planeado aquel 20 de Julio de 1944. La bomba estalló pero Hitler salió vivo. La operación Walkiria resultó un fracaso, el atentado que pudo cambiar la historia.

DANIEL F. ÁLVAREZ ESPINOSA
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Tras la retirada de las tropas germanas en los diferentes frentes y el fantasma de la derrota apareciendo en escena, nace la llamada conjura de los generales. El régimen nazi está en pleno naufragio, tras las debacles de Stalingrado, Kursk y Normandía. La tragedia acecha a Alemania, desgarrada los bombardeos aliados. En el estamento militar se va formando un pequeño grupo de generales anti-nazis que consideran la necesidad de eliminar a Hitler, cuyo fanatismo quiere obligar al pueblo alemán a luchar hasta su destrucción total. Después de sucesivos intentos fallidos, surge la figura de un oficial que acude regularmente a las reuniones del Alto Mando convocadas por el Führer: Klaus Philipp María Schenk, conde de Stauffenberg. Había combatido en diversos frentes, y en Túnez, tras resultar herido por una mina, perdió el ojo izquierdo, la mano derecha y dos dedos de su mano izquierda.

El 20 de Julio está citado para un encuentro de la cúpula militar en el cuartel general de Hitler conocido como Wolfsschanze (Guarida del Lobo), en Rastenburg (Prusia Oriental). El joven coronel Stauffenberg debe asistir para informar sobre la situación en el frente del Este y se presenta portando un explosivo escondido en su maletín. En lugar del búnker subterráneo habitual, que está siendo reformado, la reunión tendrá lugar en la Gastbaracke, una ligera construcción de madera iluminada por ventanas. Stauffenberg entra en la sala y coloca su cartera de mano con la bomba bajo la mesa, apoyada en el costado interior de uno de los montantes de madera maciza que la sostienen, unos dos metros a la derecha de los pies de Hitler. Después abandona la estancia presentando la excusa de telefonear. El coronel Brand tropieza con la cartera y la aparta un par de metros, lo suficiente para cambiarla hacia el lado exterior del soporte. Cuando la explosión se produce, Stauffenberg contempla, desde fuera del recinto, cómo el techo salta por los aires. Hitler ha muerto, seguro. Y marcha a Berlín, ignorando que ha fallado estrepitosamente.

El lugar de la reunión queda arrasado. Cuatro oficiales han muerto y ocho resultan gravemente heridos. Hitler está magullado y con los tímpanos dañados, pero ha sobrevivido. El atentado le reafirma en su idea de que la providencia le protege y le conducirá a la victoria, su supervivencia es una señal divina y un castigo total a sus enemigos. En realidad, la suerte jugó en contra de los conspiradores. El imprevisto de que la reunión no se celebrara en el búnker, sino en un despacho con las ventanas abiertas, redujo los efectos de la honda expansiva. La mesa, un sólido mueble de madera de roble, actuó como escudo protector. Además, Stauffenberg se vio apremiado por un militar sin rango y dejó atrás, sin poder entrar en la reunión, a su ayudante de campo que portaba una segunda bomba.

La persecución desencadenada por la maquinaria nazi contra los implicados llevó al suicidio a muchos de ellos. Hombres que habían tenido ante sus ojos los métodos más despiadados del nacionalsocialismo sabían que, si fracasaban, sólo podían esperar una muerte espantosa. Se detuvieron a miles de miembros de la oposición y se ejecutaron a setecientos oficiales del Ejército. Para el ahorcamiento de los conspiradores no se usaron sogas, sino cuerdas de piano. Después de su fallecimiento, los ajusticiados fueron colgados de ganchos de carnicero, como si se trataran de redes descuartizadas. Las ejecuciones fueron filmadas y se cuenta que Hitler se hizo pasar varias veces la película para recrearse contemplando la interminable agonía de las víctimas.

El atentado plantea un debate de permanente discusión: el tema de la resistencia alemana contra el nazismo. La realidad de los hechos demuestra que la hubo, en unas condiciones casi imposibles y, por eso mismo, más meritoria. Que si bien existió, la oposición alemana al régimen nazi puede considerarse pequeña. Conforme avanzaba la guerra, el núcleo de conspiradores fue creciendo aunque, y esta afirmación hay que ponerla en cuarentena, su apoyo popular puede juzgarse escaso. Los brotes anti-hitlerianos fueron muy reducidos y, sobre todo, minoritarios. En el caso del 20 de Julio, de la vieja nobleza militar que se alimentaba de linajes prusianos. Unos aristócratas que se consideraban a sí mismos los guardianes del honor alemán, muy elitistas, educados para dirigir su país y nada demócratas en el sentido actual del término. Su desconexión con el sentir del pueblo se hizo por ello evidente.