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Opinion

Encauzar la crisis

El viaje a Rabat del ministro de Asuntos Exteriores y especialmente la carta entregada por éste a sus interlocutores, en la que el presidente Rodríguez Zapatero pide al rey Mohamed VI la rápida normalización de las relaciones entre España y Marruecos, deberían servir para encauzar la crisis latente entre ambos países desde hace dos meses. La respuesta esperable al gesto de amistad del Gobierno español es el regreso a Madrid del embajador marroquí, llamado a consultas para escenificar el desagrado que produjo la histórica visita de los Reyes a Ceuta y Melilla. El hecho de que el asunto objeto de disputa aflorara de nuevo ayer no hace más que revelar las dificultades que encuentra la diplomacia española para afianzar la relación bilateral con Marruecos, tan relevante para nuestros intereses como tradicionalmente compleja y delicada.

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Moratinos volvió a poner freno a las aspiraciones de institucionalizar el diálogo sobre las dos plazas del norte de África, primer paso para negociar la eventual cesión de ambas. Pero el ministro también realizó una concesión, no del todo afortunada, al subrayar el deseo del Gobierno de «retomar lo antes posible» la complicidad existente antes del viaje de don Juan Carlos. El modo en que la crisis ha permanecido larvada evidencia las particularidades del nexo que une ambos estados, dado que el conflicto abierto, pese a su aparente gravedad, no ha se traducido en una quiebra notable de la comunicación a uno y otro lado del Estrecho. La inestabilidad estructural que define la diplomacia con Marruecos obliga a relativizar tanto el alcance de los desencuentros como las consecuencias de la conciliación, lo que ha de llevar al Gobierno a desplegar con habilidad una estrategia de paciente pragmatismo que, sin cesiones inaceptables, refuerce la alianza con el país magrebí y contribuya a su democratización.