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Tribuna

Un hito en la unificación europea

Con el acuerdo alcanzado sobre el Tratado de Lisboa, Europa ha levado anclas y, tras un largo período de estancamiento, la nave se ha vuelto a poner en marcha. La cuestión ahora es saber si conseguirá que los ciudadanos suban a bordo de la misma. Las reformas institucionales y el nuevo sistema de voto deberían disipar las dudas sobre la capacidad de actuación de la Unión ampliada: el buque de la UE ya es maniobrable. Pero, ¿qué sucede con la brújula, es decir, con los valores comunes que son nuestro referente? La respuesta reside en la Carta de los Derechos Fundamentales, cuyas palabras iniciales marcan el rumbo a seguir: «Los pueblos de Europa, al crear entre sí una unión cada vez más estrecha, han decidido compartir un porvenir pacífico basado en valores comunes». La Carta, elaborada hace siete años por la Convención, adquiere ahora todo su valor: los derechos que contempla se consagran de manera vinculante en el Tratado de Lisboa, si bien con excepciones para el Reino Unido y Polonia. En conjunto, los derechos fundamentales que inspiran la legislación y el funcionamiento de la Unión Europea se hacen patentes en los 54 artículos de la Carta. Las instituciones de la UE y, en general, todas las entidades que aplican el Derecho Comunitario deberán respetarlos y los ciudadanos podrán hacerlos valer ante los tribunales. Se trata de una conquista importante, puesto que la Carta reproduce en sustancia el catálogo de derechos fundamentales propio de una Constitución.

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Nuestros valores fundamentales: la libertad, protegida en Europa por la democracia y el Estado de Derecho; la solidaridad, que se plasma en el principio de la economía social de mercado, y la justicia traducen una concepción profundamente europea. Con la Carta de los Derechos Fundamentales, la Unión Europea se dota de un ordenamiento jurídico que bebe en estas fuentes y se declara partidaria de un modelo jurídico y de vida que podemos calificar con plena conciencia de «estilo de vida europeo». Lo que se negó al Tratado de Reforma, a la Constitución Europea, se reconoce solemnemente en la Carta de los Derechos Fundamentales. La dignidad de las personas, los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho, la libertad, la igualdad, la solidaridad y la subsidiariedad son los conceptos clave de la Carta. En ella subyace la idea de que las personas son, como tales, responsables ante sí mismas y ante la comunidad. Pero la Carta no habla sólo de principios generales, sino que protege de manera muy concreta, por ejemplo, la dignidad de las personas de edad o el bienestar de los niños.

La Carta prueba que en la Unión Europea quien detenta el poder es el Derecho y no al revés. Se marca con ella una nueva etapa hacia una Unión Europea comprometida con la dignidad de la persona y con normas que permiten proteger al individuo.

Con el objetivo de dar mayor visibilidad a esta nueva etapa del desarrollo de los derechos humanos y los derechos del ciudadano en la Unión Europea, la Carta fue proclamada solemnemente y firmada conjuntamente por los presidentes del Consejo, de la Comisión y del Parlamento en la sesión plenaria del Parlamento Europeo del 12 de diciembre de 2007. Previamente, a finales de noviembre de 2007, el Parlamento Europeo ¯que ha sido una fuerza motriz en todo el proceso¯se había pronunciado a favor de la Carta aprobándola por una gran mayoría.

Esta Carta constituye también un hito político en el proceso de unificación europea y es la prueba de que nuestra forma de vida es única. Europa es hoy mucho más que un gran mercado común, sus ambiciones van más allá del éxito económico y de un equilibrio de intereses justo. Su carácter de comunidad de valores se hace cada vez más patente y nuestros valores comunes son un vínculo de unión para casi 500 millones de ciudadanos. La Carta puede dar un fuerte impulso y un perfil más preciso a una identidad europea aún por definir. El Tratado de Lisboa conlleva una modernización de «la cabeza a los pies» tanto de la Unión Europea como de sus instituciones. Sin embargo el corazón de la unidad europea late en la Carta, al recoger esta los derechos y valores fundamentales de la Unión. Ella nos ofrece, más allá de la modernización de las instituciones, la oportunidad de llegar a las personas y de desarrollar una nueva conciencia común europea, un sentimiento de pertenencia. El hecho de que las personas se sientan vinculadas a su país y a su patria es positivo, pero conviene que se sientan también europeas y nada une tanto como los valores comunes. Una cohesión más fuerte servirá para que los europeos puedan afirmarse como tales ante los grandes desafíos que plantea un mundo globalizado. Muchos de nuestros objetivos sólo los podremos alcanzar juntos.

La Carta constituye un moderno catálogo de derechos fundamentales que garantiza la protección de los ciudadanos frente a los cambios sociales y frente a los cambios radicales que comporta la globalización.

La Carta es una brújula fiable que sirve para señalar la posición en la que nos encontramos. De ella se desprende la exigencia de defender la democracia y los derechos humanos no sólo dentro sino también fuera de Europa. Así, la proclamación de los derechos fundamentales en Estrasburgo fue precedida por otro acto con gran fuerza simbólica: la concesión del Premio Sájarov a la libertad de conciencia de este año al sudanés Salih Mahmoud Osman por su defensa de los derechos humanos.

La Carta es una codificación moderna y de fácil comprensión de los derechos fundamentales tal y como los entendemos hoy en día. Consagra por escrito los derechos fundamentales de los ciudadanos de Europa y proclama de cara al exterior ¯esto es, ante nuestros socios en el mundo¯ un consenso sobre los valores que constituyen el fundamento de la unificación europea. La carta es pues, un documento clave sobre cómo nos vemos a nosotros mismos, sobre nuestra identidad como europeos.