Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
DISCRECIÓN. Juan Eduardo Zúñiga, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. / LA VOZ
Cultura

Fotografías de la guerra

Se acaba de publicar en un solo volumen la trilogía de Juan Eduardo Zúñiga sobre la Guerra Civil en Madrid

Actualizado:

Si buscamos el nombre de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929) en cualquier manual de literatura publicado antes de los últimos cinco años, lo más probable es que no demos con él, o que lo encontremos perdido en alguna nota marginal, arrinconado en un recuadro sin importancia, en compañía de unos cuantos autores secundarios y secretos.

Sin embargo, el madrileño es uno de los cuentistas más ambiciosos y potentes de la literatura española de cualquier tiempo y a su pluma le debemos algunos de los mejores libros que se han escrito en nuestro país en el último medio siglo. Con todo, Zúñiga ha sido durante largos años un escritor invisible. Casi se diría que lo sigue siendo, aunque de un tiempo a esta parte su obra ha sido merecidamente premiada y dada a conocer entre muchos nuevos lectores.

La invisibilidad de Zúñiga se debe a muchos factores, entre ellos su propia voluntad. Por un lado están los años de censura franquista y también la naturaleza de su obra: precisa, esencial, exigente y en absoluto dada a las concesiones. Por otro lado está el carácter del autor: alguien alérgico a los focos y a la ligereza del mercado, un escritor capaz de permanecer veinte años en silencio al considerar que no tiene nada interesante que decir.

Fue en 2004 cuando todo comenzó a cambiar para él. Ese año ganó el Premio Nacional de la Crítica, el NH de relatos y el Salambó. También recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid y la revista Quimera le dedicó un monográfico. Con motivo de estos homenajes, el escritor soportó con estoicismo la desfachatez brillante de los 'flashes' y posó para la prensa con la discreción y la delgadez que caracteriza a los hombres invisibles.

El detonante de aquel reconocimiento fue un libro de relatos publicado en 2003 titulado Capital de la gloria. Se trataba de la tercera entrega de una trilogía sobre la Guerra Civil que había tenido una buena acogida entre la crítica y muy escasa repercusión entre el público lector. En 1980 la serie se inició con Largo noviembre de Madrid y nueve años después llegó La tierra será un paraíso. Los tres volúmenes recogían sendas colecciones de relatos ambientados en el Madrid sitiado que, pese a funcionar como piezas independientes, formaban un ciclo narrativo homogéneo: un intento por recrear el mosaico de la memoria individual y colectiva en tiempo de guerra.

Amedrentados

La editorial Cátedra publica ahora esta trilogía en un solo volumen, dentro de su colección Letras Hispánicas, en una edición crítica a cargo de Israel Prados. Sin duda se trata de un paso importante para una obra mayor llamada a ocupar con el tiempo el lugar de un clásico dentro de la variopinta y abundantísima literatura sobre la Guerra Civil.

En su estudio preliminar, Prados llama la atención sobre la frase inicial del primero de los cuentos (Pasarán unos años y lo olvidaremos todo) y sobre aquella que cierra el último relato (Esto es la guerra hijo, para que no lo olvides). Para el crítico estas dos posiciones resumen el espíritu global de los tres libros: «Bajo esta aparente paradoja se formula la motivación de los treinta y tres cuentos que componen la trilogía, cuyo significado común está promovido por la tensión dialéctica que afecta a sus personajes, quienes se debaten entre la práctica del olvido como añagaza de la supervivencia y el ejercicio de la conciencia para asumir el presente como único aval de la lucidez y la dignidad».

No hay duda de que la memoria es el gran tema de estas narraciones de corte realista por las que desfilan individuos corrientes que son puestos a prueba por la fatalidad de la guerra. En opinión de Carmen Martín Gaite, que en mayo de 1989 reseñó Largo invierno de Madrid, los protagonistas de los cuentos de Zúñiga componen «un retablo de seres amedrentados, perplejos y a la deriva, desposeídos bruscamente de las amarras que sujetaban y ponían a buen recaudo las frágiles barquillas de su vida cotidiana».

La intrahistoria

Zúñiga aborda los años de guerra en Madrid de un modo realista y se preocupa especialmente de la intrahistoria del conflicto. Sus personajes no suelen ser piezas activas en el tablero de la guerra, sino individuos a los que se les ha metido la guerra en casa. Un tendero esconde las mejores mercancías por miedo a un asalto, un ciego esquiva los bombardeos para ir casa de unos amigos que le leen libros por las tardes y una chica siente que la guerra está arruinando sus años de juventud. Uno de los grandes méritos del autor madrileño consiste en su capacidad de transmitir al lector los sentimientos y las razones de unos personajes puestos al límite sin exageraciones novelescas. Gran conocedor de la gran literatura rusa, Zúñiga es capaz de diseccionar el alma de sus personajes y de hacernos inteligibles sus más íntimas palpitaciones.

Se advierte en toda la obra de Juan Eduardo Zúñiga un hondo compromiso humano y la más alta exigencia estética. Israel Prados habla de «la dimensión simbólica de sus ficciones y su calidad de fábulas morales». En efecto, tras el clima nebuloso y romántico que distingue a muchos de los relatos del madrileño, detrás de su composición polifónica y su espíritu dialéctico, nos aguarda una reflexión de índole moral, incluso política, que se aleja del papanatismo y de lo que acertadamente Prados denomina «la ingenua y frívola imagen épica de la capital sitiada».

Ahora que vivimos tiempos fascinados con la palabra memoria, quizá no sería mala idea volver la vista a estos relatos que debemos colocar al frente de todos los escritos hasta hoy sobre la Guerra Civil. Si los hechos quedan a salvo en los libros de historia, en la trilogía de Juan Eduardo Zúñiga encuentran refugio las pequeñas historias de quienes ya pasaron al olvido. O como escribió Luis Mateo Díez: «Es de la vida misma de lo que tratan los cuentos de Zúñiga, de la subsistencia moral y espiritual de los seres humanos sitiados, de sus secretos, de sus deseos, de esa contradicción terrible entre la rutina y la tragedia, del devenir diario de la capital reconvertida en el escenario de otra realidad que se sobrepone inmisericorde a la precaria y doméstica de sus vecinos, esa sombra de la guerra que empaña los paisajes urbanos del centro al extrarradio, de la plaza al bulevar, esquina tras esquina».