OPINIÓN

La Glorieta | La mala suerte, por Javier Rodríguez

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Uno no es dueño de su destino y pienso que tampoco tiene el futuro escrito en las cartas o en los horóscopos como tratan de vender algunas pitonisas de televisión a golpe de euro el minuto. La vida cambia en un segundo, que se lo pregunten a los del Gordo de la Lotería, y no es precisamente por la combinación de las estrellas. Me fío más de aquellas claves que se daban en el libro que leí hace meses sobre la buena suerte, en el que se aclaraba casi con rigor científico cómo el azar existe, pero hay que buscarlo y si no lo encuentras, no pasa nada. La vida sigue. Es de esas pequeñas cosas que forman parte de nuestra propia cultura y que nombramos cuando la situación va bien y maldecimos justo cuando todo se tuerce. No tiene lógica. Por eso, no creo que los cientos de enfermos, sobre todo niños, que han pasado estas navidades en la cama de un hospital tuvieran la suerte de cara o, por el contrario, fueran merecedores de un destino tan triste. No me lo creo. Por la profesión que me ha tocado vivir he cubierto durante varios años la visita de Papa Noel y de los Reyes Magos a los centros hospitalarios. Se trata de un clásico navideño entre los medios de comunicación que sirve de contrapunto a otras noticias de más calado y propias de la actualidad. La presencia del cortejo de magos es un ritual que se espera con impaciencia en los hospitales cada víspera de Nochebuena igual que ese tranquilizante de medianoche. Quienes han encarnado estos papeles reconocen que han disfrutado como niños metidos en el traje y no olvidarán mientras vivan las caras de asombro de los más pequeños. En cada cama hay una historia y quizá no somos conscientes de ellas hasta que no te toca vivirlas en primera persona.