Volver a casa
Vuelve, vuelve, a casa vuelve, por Navidad». Cada año, este emotivo anuncio recuerda que el viaje, incluido el de la vida, siempre tiene un regreso, que es su culminación. Estos días, las estadísticas de accidentes se disparan sin que los esfuerzos de la DGT hayan conseguido definitivamente cambiar la tendencia. El carné por puntos, la penalización de conductas temerarias, los controles y radares, las campañas impactantes o las mejoras en la seguridad del Plan de choque de este gobierno evitarán este año cerca de 2.000 muertes en relación a 2004, pero el problema sigue ahí.
Actualizado: GuardarLa eficacia de estas medidas está limitada por las contradicciones existentes entre la producción y el marketing de automóviles (coches o motos) y lo que la sociedad exige a los conductores. La publicidad del sector es la más cara y refinada del mercado, como corresponde al bien más costoso y a un parque automovilístico bastante saturado (501 vehículos/1.000 habitantes; se fabrican 2 millones de vehículos/año). Además de los tópicos del sexo y el éxito, la publicidad tiene como importantísimo reclamo a nuestros campeones de motociclismo y de Fórmula Uno, convertidos en míticos modelos de referencia para los jóvenes. Es la publicidad que mueve más recursos y exige mayor capacidad de seducción, habiendo producido algunos de los mejores spots de TV. La feroz competencia la impulsa a no detenerse ante nada, apelar a la pasión frente a la extrema razón que exige la conducción o hacer de la velocidad excesiva un valor, fuente de mérito y prestigio. Se atreve con todo, hasta con el uso abusivo de la buena literatura con fines ajenos al universo de sus creadores, como auténticos traficantes de un mercado de palabras, ideas y sentimientos: Dany Pedrosa con versos de Kipling, o BMW con la voz y la palabra de Cortázar.
Para luchar contra la primera causa de mortalidad juvenil habría que cambiar la cultura del viaje y del automóvil. El viaje como experiencia y conocimiento, frente al circuito de carreras. Prestigiar cooperación frente a competencia, gentileza y paciencia frente a agresividad, calma frente a rapidez, seguridad frente a temeridad y riesgo, bajo consumo y contaminación mínima, frente a cilindrada y potencia; del derroche de «una persona, un coche» a la economía de compartir; incluso la emulación de valores femeninos frente al machismo al volante.
Una de las mayores aberraciones ha sido el cambio respecto a la «cultura de la motocicleta», desde el disfrute del paisaje a poca velocidad y erguido sobre el asiento, hasta el actual motorista que, pegado al manillar, sigue a toda pastilla la hipnotizante línea de la mediana.
Trasformar el discurso de la velocidad propio del subdesarrollo, por el de la seguridad y el placer de viajar. Una experiencia que permita relatar algo a la llegada: «hemos conocido a gente», «de repente, un haz de luz iluminó el bosque» o «nos desviamos para visitar un monasterio».
Exigiría modificar incluso la concepción de las rutas, de las autovías y autopistas; sobre todo, para humanizarlas, integrarlas realmente en el paisaje, hacerlas acogedoras, con restaurantes de carretera en vez de las estaciones con comida de plástico, proveerlas de un atractivo sistema de indicadores y accesos adecuados y seguros que inviten a visitar ciudades, monumentos, rutas o paisajes próximos. Ya tenemos más de 20 millones de vehículos en circulación y muchos Km. de autovías: ahora tenemos que aprender a viajar.