Alfonso Perales, el PP y su ciudad predilecta
En la mañana de ayer, Alfonso Perales Pizarro era investido a título póstumo como hijo predilecto de su ciudad predilecta, como definió a Alcalá de los Gazules el ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, su heredero en la candidatura al Congreso del PSOE por la provincia de Cádiz. Tal y como recordó con dignidad pero sin acritud su hija Ofelia, y tal y como remarcó luego el alcalde Arsenio Cordero, dicha proclamación se hacía con la aquiescencia de la mayoría de la Corporación local, pero no con la unanimidad de la misma que quizá hubiera deseado el propio homenajeado.
Actualizado:Y es que dichos honores se le otorgaron sólo con el respaldo del grupo socialista y de los concejales de Izquierda Unida, Partido Andalucista y una formación local, en tanto que los dos ediles del Partido Popular se abstuvieron en la votación. Al menos, dirán los optimistas, no votaron en contra.
Pero, quizá sin pretenderlo, dicho ediles no sólo incurrieron en una cierta descortesía sino en un error político de grueso calibre: escasa rentabilidad electoral puede sacarse de negarle un galardón a un fallecido. Al menos, a un fallecido de la estirpe humanista de Perales o, por ejemplo, de Antonio Millán Puelles, el prestigioso filósofo alcalaíno fallecido en 2005 y a quien se tributaron los más que lógicos homenajes locales con la anuencia e incluso el protagonismo del gobierno municipal sin tener en cuenta que su pensamiento estuviera más próximo al de Karol Wojtyla que al de los socialistas.
Si en aquel caso todos los alcalaínos sumaron fuerzas en torno a su malogrado paisano, profesor en numerosas universidades, ¿por qué no ha ocurrido lo mismo con Perales, cuando su trayectoria democrática, más allá de las diferencias ideológicas, fue alabada hace un año desde todas las esquinas del mapa político?
El PP argüía que el homenaje tributado durante los días de ayer y antesdeayer en Alcalá y que venía a coincidir con el primer aniversario de su muerte, era un acto partidista. Si los conservadores se hubieran sumado a dicha iniciativa, hubiera dejado de serlo. Ya fallecido, Perales habría dejado de ser patrimonio exclusivo de una corriente de opinión para convertirse en herencia común y progresiva de alcalaínos, gaditanos, andaluces y, si me apuran, españoles. Andando el tiempo, nadie recuerda con meridiana precisión en qué trinchera militaron Emilio Cautelar o Antonio Canovas del Castillo, sin que quiera compararles -mutas mutandi a un siglo de diferencia- con Alfonso Perales o Antonio Millán Puelles.
Con su ausencia en dicho tributo público, el Partido Popular ha renunciado a que Perales forme parte también de su propio acerbo democrático. Y no creo, con franqueza, que ello les beneficie ni un ápice. Ni política, ni humanamente.
Ahora bien, quienes conocieron a Perales entienden que a él le hubiera gustado que su proclamación como hijo predilecto se hubiera llevado a efecto con el mayor respaldo posible, más allá de siglas y banderías. Quizá hubiera sido preciso que desde la estructura orgánica del PSOE se hubiera movido los hilos para que, a escala local, se tradujese el mismo sentimiento de pésame y reconciliación que hace tan sólo un año y en los días que siguieron a su fallecimiento, mostraron a escala andaluza otros líderes conservadores como Javier Arenas, Antonio Sanz o Teófila Martínez, sin ir más lejos.
Tal vez si Arenas y Sanz hubieran estado en la pomada de este homenaje alcalaíno, los representantes locales de esas mismas siglas habrían arrimado su voto a ese reconocimiento cordial que congregó a una muchedumbre en el polideportivo de Alcalá. Es verdad que aunque se dejaron caer por allí artistas como Manuel Gerena o Jesús Cuesta Arana, abundaron los cargos socialistas, perfectamente tuneados para el proceso electoral que ahora comienza. Pero también es cierto que, en el ambiente que se palpó durante dicha convocatoria pesaron más las lágrimas contenidas y el afecto incontenible, las emociones y las sonrisas, o las canciones que fueron desglosando la orquesta como banda sonora de buena parte de los congregados, entre los que había una clara sobredosis de pueblo llano, sin carnet en la boca y sin el voto necesariamente definido.
Lo dijo Rubalcaba: Alfonso Perales no sólo era un buen socialista. Era buena gente. Y ayer le acompañaron muchos otros como él. Y que como el propio Perales, como comentó su hija Ofelia, tampoco dudarían un instante en nombrar hijos predilectos de su propia memoria a otros paisanos, con independencia de su adscripción política, como aquel anónimo y delgado vendedor de telas, o aquel médico amable que terminó emigrando al norte. Ser político no es una condición genética, sino una vocación. O un oficio. Y, como en todos los trabajos, hay quien acierta, quien se equivoca y quien no sirve para ejercerlo.