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La copia, base de la economía china
Desde bolsos de Vuitton hasta autobuses, se copia todo. Una visita al mercado supone la introducción a un sistema que va mucho más allá de la piratería de marcas de lujo
Actualizado: GuardarRolex, Louis Vuitton o Chanel. La mayoría de los visitantes al mercado de las copias de Shanghai se ven asaltados por ofertas que les suenan a música celestial. En este gigantesco complejo comercial pueden adquirir las últimas creaciones de las marcas de lujo más importantes del planeta por una centésima parte de su valor en los establecimientos legales. Aquí se pueden comprar todo tipo de productos, desde la última superproducción de Hollywood hasta el reloj de Brad Pitt. Y, a diferencia de lo que muchos pueden pensar, el mercado no es, ni mucho menos, un lugar underground en el que los vendedores temen la llegada de la policía en cualquier momento. No.
Se trata de un centro comercial con sucursal bancaria incluida, cajeros automáticos, cafés y restaurantes. Eso sí, a cierta mercancía sólo se accede a través de puertas secretas e, incluso, trampillas en el techo. Generalmente, se trata de las copias de marcas que litigan por su propiedad intelectual, un concepto que se diluye hasta desaparecer nada más cruzar la frontera china. Por el mercado de las copias desfila todo tipo de gente y ya se ha convertido en una atracción turística de primer orden, que ni siquiera jefes de estado quieren perderse.
Transferencia tecnológica
Este tipo de centros comerciales tan sui generis se reproduce en todas las grandes ciudades del Gran Dragón, e incluso en pequeños pueblos pueden encontrarse prendas de Calvin Klein al lado de otras idénticas que portan etiquetas de marcas chinas. Tal es su magnitud que muchas de las compañías afectadas presionan a los gobiernos de EE. UU. y Europa para que exijan a China medidas más estrictas que preserven la propiedad intelectual.
Sin embargo, muchos vendedores de estos mercados aseguran que parte de la mercancía no es copia, sino real, sacada de forma ilegal de las fábricas chinas a las que subcontratan la producción las grandes marcas, y que ven la posibilidad de obtener un extra inundando el mercado con mercancía alegal. Resulta difícil averiguarlo: muchas de las copias no presentan diferencias evidentes con los originales.
En todos los sectores, desde el textil hasta el de la automoción. Incluso BMW, que produce gran parte de sus automóviles en el país asiático, ha denunciado que la china BYD ha copiado el diseño de su serie 3. Es la temida transferencia tecnológica. Y nadie está a salvo. El no va más es la ciudad, réplica de París, que se construye al oeste de la capital económica, Shanghai. Hasta a la Torre Eiffel le salen copias chinas. Ante la falta de capacidad creadora que todavía rige China, el gigante asiático ha hecho de la copia la base de su industria. Lo saben bien las empresas extranjeras que llegan en busca de oportunidades. «Al principio, cuando sólo se podían establecer joint ventures, el socio chino aprovechaba para aprender todo lo que podía de la empresa extranjera y le faltaba tiempo para abrir una propia, a veces puerta con puerta, en la que te copiaba tus productos y los vendía más baratos, incluso con tu propio nombre», explica un industrial valenciano que prefiere mantener el anonimato.
«Hasta con logo»
Óscar Paz, gerente de la española Orkli en Kunshan, ha llegado a encontrarse productos supuestamente suyos en países como Irán. «Con el logo y todo», recuerda. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, la calidad es el talón de Aquiles de las copias chinas. En el sector de los autobuses, por ejemplo, la también española Irizar cuenta con innumerables competidores que, en ocasiones, producen autocares similares a la vista. Pero no es oro todo lo que reluce. «Copian el diseño, pero no las entrañas, sus funciones, lo que realmente le interesa al cliente».
Algo similar sucede en la industria juguetera, donde los personajes de Walt Disney y similares se reproducen por doquier, sin pagar los derechos correspondientes y sin tener en cuenta los estándares de calidad por los que se rigen los proveedores oficiales. «Aquí muchos empresarios tienen sus miras a corto plazo. No tienen escrúpulos y se rigen por el coge el dinero, y corre», reconoce el propietario de una empresa china de juguetes.
Para encontrar las respuestas a estos comportamientos hay que ir más allá de lo económico. «Los chinos tenemos miedo a salirnos del rebaño, a las responsabilidades. Nuestra sociedad y la cultura china no fomentan la innovación, sino todo lo contrario», afirma Xu Anqi, un sociólogo de la Universidad Fudan de Shanghai. «El chino quiere el camino más sencillo, por el que ya ha pasado mucha gente, para estar seguro de sí mismo. Y el objetivo primordial de recorrerlo es hacer el máximo dinero posible con la menor inversión. Ahí radica la falta de originalidad de los productos chinos», apostilla.
Sólo cuestión de tiempo
Consciente de que una superpotencia tiene que tener algo más que un ejército de trabajadores dispuestos a imitar lo que otros sacan al mercado, el gobierno chino ha tomado la decisión de convertirse en el primer inversor de I+D del mundo en 2015, y ya se ha encargado de atraer a las más prestigiosas instituciones educativas del planeta para que vayan preparando a sus estudiantes en el arte de competir con el mundo desarrollado.
«Es sólo cuestión de tiempo que se pongan a nuestro nivel», vaticina José Arribas, director de la oficina del COPCA (Consorcio para la Promoción Comercial de Cataluña) en Hong Kong. «China comenzó como el país del todo a cien y ha desarrollado su tecnología de forma que ya puede ofrecer niveles de calidad excelentes, pero sigue sin crear, se limita a plasmar las ideas de otros. Pronto veremos la fase en la que las empresas chinas dan el salto a la creatividad. Quizá sea el momento en el que comiencen a desarrollar también las leyes necesarias para el respeto de la propiedad intelectual».
«Comienza ahora la tercera fase del desarrollo chino, en la que se pondrán las pilas como creadores», añade Natxo Artamendi, director del Instituto Hispano-Chino. «Es lo que hicieron en su momento países como Japón y Taiwán. La diferencia es el tamaño. Entre 1.400 millones de personas hay muchos talentos, y la única forma que tendremos de seguir siendo competitivos es ir siempre un paso por delante en tecnología. Cada vez será más difícil», advierte.