LA GLORIETA

Culpables de la pobreza gaditana

El banquillo de los acusados ese día no estaba ocupado por el yonki de turno, ni por el joven que nadie ayudó en su infancia. Tampoco iba a ser procesado ese loco que un maldito día clavó su cuchillo en la tierna carne de una joven, creyendo que tras su dulce semblante se escondía una bruja. Ese día, el público había abarrotado la sala de vistas para no perderse ni un ápice del juicio contra los acusados por el empobrecimiento de las familias gaditanas, las cuales ocupan el indigno quinto puesto por la cola en cuanto a renta media per cápita.

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Un lamento calló al juez cuando se disponía a abrir la sesión. Una voz salida del público le preguntaba por qué ahora ya no le temblaba el pulso.

El miedo, desde el banquillo de los acusados, sonrió. Había ganado tantas veces la partida: obreros acojonados, políticos agradecidos, empresarios atrapados en su propia burbuja de avaricia... Ésta vez no pudo escapar. Fue condenado, como el resto de acusados, a trabajar, por primera vez en sus vidas, por el bienestar de todos. Al miedo no le quedó otra, fue recluido para siempre.