TRIBUNA

Alfonso Perales, memoria viva

Ha pasado ya un año. 365 hojas del calendario arrancadas por la energía irreverente de una levantera. El tiempo fluye vertiginoso, inasible, inexorable, pero los recuerdos perduran, te permiten enhebrar el presente con el pasado para que sigan vivos los sentimientos más profundos, las emociones y los momentos dulces (y los amargos). Doce meses ya de aquella fatídica víspera de Nochebuena de 2006, doce meses marcados por la ausencia punzante de Alfonso Perales. Un periodo especialmente duro, muy doloroso en lo personal, acentuado además por otra pérdida, la de Eduardo Pérez Avivar, Tato, apenas unos días después. Llovía sobre mojado. Aún no recuperado del vacío inmenso dejado por Alfonso, otro mazazo. Sinsabor sobre sinsabor. De una tacada, dos amigos, dos compañeros, dos personas muy queridas, entrañables e insustituibles. Así se las gasta el destino.

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No me habitúo a la ausencia de Alfonso. Ha dejado un hueco difícil de llenar, resuenan aún sus reflexiones audaces, sus comentarios inteligentes, sus dardos irónicos. Han sido muchos avatares compartidos, muchos años convividos, muchos kilómetros recorridos en tándem, muchos proyectos planificados en común, no exentos de debate o puntos de vistas encontrados que servían para enriquecer las conclusiones. Una trayectoria simbiótica y complementaria. Algunas veces me sorprendo esperando una llamada de las muchas que intercambiamos para desmenuzar la actualidad política. Echo de menos al compañero leal, al político fino y sagaz, al amigo de corazón, al primo que era un hermano.

Alfonso es una persona que ha dejado una huella indeleble durante su tránsito vital, ha sido un ejemplo para muchos, una referencia que hay que mantener muy fresca, que no se puede quedar en los anaqueles del olvido. Con su natural discreción rechazaría todo tipo de epítetos, con su socorrido «estoy muy venido a menos», un latiguillo fiel a su sincera humildad, pero sin duda durante el año transcurrido desde su desaparición se ha agigantado su figura, su legado resulta más valioso si cabe.

No me resisto a desgranar sus muchas virtudes: inteligencia, fino olfato, honestidad, sensatez, lealtad, coherencia, compañerismo, convicciones profundas, visión de estado Alfonso era un ser humano cabal y sencillo, simpático y empático, culto e intuitivo. Inmenso político y mejor persona. Un año después, no me lleva a esta aseveración ni la subjetividad ni el dolor por su ausencia, sino la reivindicación en justicia de una persona que se ha granjeado el reconocimiento de amigos y adversarios.

El mejor tributo a la memoria de Alfonso ha sido, posiblemente, continuar con su tarea, perseverar en el esfuerzo, redoblar el compromiso con nuestras ideas y con nuestra gente, proseguir sin fatiga con la transformación de Andalucía y de Cádiz, trabajar sin desmayo por hacer consensos. Precisamente, su última contribución fue un gran acuerdo: la incorporación del PP al «sí» a la reforma de Estatuto de Autonomía para Andalucía.

Hoy, Alcalá de los Gazules rinde homenaje a uno de sus hijos más distinguidos, un acto merecido y oportuno, como otros muchos que se han celebrado a lo largo de este año, un justo reconocimiento para alguien que supo engalanar la historia de este bello pueblo de la Janda. Alfonso, sí es profeta en su tierra.