Mauro gonzález, once pares de botas
La primera vez que supe que a Mauro González (Cádiz, 1986) le interesaba el arte fue cuando le reprendieron en su colegio por pintar graffittis con un spray. Formado en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, en donde prosigue sus estudios, está a punto de clausurar una espléndida y atrevida exposición de su obra en el pub gaditano Diwan.
Actualizado: GuardarSe trata de once pares de botas deportivas, pintadas por él mismo con motivos que llevan desde el exotismo oriental al pop estadounidense. No es casual ni el número de piezas ni el soporte utilizado por este joven artista, si se tiene en cuenta que es hijo de Andrés González, el legendario defensa del Cádiz C.F. que militó dos temporadas en el Real Madrid y que ejerció durante los últimos años como separador de su equipo matriz. Como complemento imprescindible respecto a su ADN cultural, cabe mencionar que su madre es Carmela Bonillo, que se dio a conocer como pintora tres años atrás con una muestra de su obra exhibida en la galería Pangea. A dicho equipaje genético, Mauro González suma un interés cabal por la plástica contracultural, que ya tendría que ser considerada como una faceta más del clasicismo: esto es, el cómic y la pintada. En sus zapatillas, colocadas en esta muestra sobre tablas ocasionalmente respaldadas con dibujos y motivos originales de su madre, el artista explora diversas posibilidades cromáticas a partir de pretextos algo más que ornamentales. Desde la ciudad al mar, desde las pistas deportivas a una latente preocupación por el medio ambiente, las imágenes de Mauro González nos hablan de un medio urbano, pero también de un cierto escapismo respecto a los problemas de la cotidianeidad. O, con mucha más sencillez --que no quiere decir simpleza--, nos encontramos ante meritorios tanteos de un creador joven empeñado en eso que llamamos la conquista del estilo.
Cómics y pintadas abundan en el imaginario gaditano desde que los linenses hermanos Quirós crearon la legendaria serie de El sheriff King o Rafael Parodi Radi publicase en Trinca la serie El profesor Neutrón y su ayudante Pepón, pero mucho debe a escala local el género a dibujantes y/o guionistas como los malogrados Carlos Forné y Enrique Martínez, pero también Ángel y Ricardo Olivera -alias Fritz, impulsor de Radio Ethiopía, una revista que sigue aglutinando a los comiqueros gaditanos--, Miguel Martínez, Rafael Marín, Paco Alcázar, Olga Carmona Peral, Garry, Rafael López Azuaga, Barony, Ricardo Tejeiro y el legendario Carlos Pacheco, que ha logrado situarse en el mercado estadounidense sin salir demasiado de su San Roque natal. Pero si hay un sentido que late con intensidad en la obra de Mauro González es el del humor. Y tampoco es manca la lista de antecedentes gaditanos en el ámbito del humor gráfico, desde el llorado Kaskero, hasta Andrés Vázquez de Sola, de reputación internacional, a Melchor Prats -Mel-, el cubano Ajubel, Antonio Muñoz, Gil, Maro, Ne Peña, el jerezano Peri o el algecireño Carlos Villanueva.
Sin embargo, creo que su horizonte perdido sigue siendo el de un muro enorme, esas paredes que hablan con palabras de colores y en las que no suelen aparecer el nombre de sus dibujantes. Como aquel niño que conocí -ese Mauro González que ahora ya no lo es tanto--, al que sus profesores reprendían por pintar con un graffiti el rostro de la libertad por los muros de una ciudad descolorida.