El dolor equidistante
Insiste el muy reaccionario nacionalismo vasco: hay que recordar a las familias de las víctimas de ETA pero también a las víctimas que mueren en carretera yendo a visitar a sus presos a cárceles lejanas. Se me antoja una primera pregunta: ¿sería menos grave que uno de esos accidentados se matase en un trayecto de escasos cien kilómetros entre prisión y domicilio?
Actualizado: Guardar¿Cuál es el límite de distancia después del cual hay que culpar al Estado español? Si se matase en un recorrido urbano camino de la cárcel ¿podría achacarse simplemente a la mala suerte? ¿Ya no sería un héroe de la Patria? Insiste el obispo Uriarte, pastor de lobos: unos y otros han sufrido y hemos de estar con todos, con los heridos por la muerte terrorista y por aquellos que sientan un nudo en la garganta por no poder cantar en Nochebuena con sus hijos en prisión el «ator, ator mutil». ¿Por igual?
¿Hay que estar por igual con quien ha disparado el revólver y con quien ha recibido la bala? ¿Es el mismo dolor a los ojos del obispo el de quien recuerda a su hijo abatido por las balas que el de quien no puede cantar un emotivo villancico?
Compadecerse al mismo tiempo y de la misma manera de un etarra que no puede comer polvorones en su casa y de un padre que no puede tener consigo a su hijo asesinado es una infamia de cura miserable, de sotana cómplice.
Otrosí. Insiste la televisión vasca en la transmisión de lo que sea que hace el «Olentzero», ese mito adaptado a las necesidades patrias que hace regalos a los buenos niños euskaldunes en sustitución de los pérfidos Reyes Magos, poniendo en su boca estas palabras: «Una niña me ha pedido que le traiga en Navidad a su mamá, que está en una cárcel del Puerto de Santa María».
No se acuerda el muñecote de la niña que no tiene mamá precisamente por culpa de la que está en el Puerto, que la destrozó mediante una bomba de amosal. El muñecote responde a un ventrílocuo y el ventrílocuo, a su vez, a un comisario gubernamental, que responde a un gobierno y a una idea perversa de los fines y los medios. Todo por la independencia. Hasta la ignominia, si es necesario.
Tiene poco efecto didáctico que recordemos que la suegra del terrorista -a la que se refieren todos- murió en la carretera porque su yerno es un asesino, no porque el Estado español fuera inductor de su accidente. Si el asesino no hubiese asesinado, hoy no estaría en una cárcel y a su madre política la encontraríamos cocinando bacalao al pil-pil en lugar de morando eternamente en las praderas celestes.
Más: el Gobierno vasco de este crecido Juan José Ibarreche que vuelve a tener el control de los suyos asegura que en el País Vasco se persiguen las ideas. Sin quererlo, tiene razón: se persiguen las ideas de los que no son nacionalistas o no juegan a entenderse con ellos. Y se mata por ello. Se mata a los que no entran en el perverso juego de los silencios cómplices y se mata a los que batallan a una partida de asesinos.
El problema está en ellos y no en los recientemente condenados por pertenencia a banda armada, esos a los que los ibarreches consideran «presos políticos». No hay presos políticos en España. Los que ya están en prisión lo están no por ser independentistas, como reconoció ayer Iñigo Urcullu, que lo es, sino por matar o colaborar en la muerte para conseguir ese nirvana que tanto les excita.
No caben posiciones tibias ante ignominias como las oídas y leídas. No valen contemplaciones interpretativas. No hay dolor equidistante. No puede la política permitirse el lujo de mirar hacia otro lado.
La única evidencia palpable y contable son los muertos, no las patrias, y más de uno deberá andar estos días revolviéndose en su tumba. Que tomen nota los tibios y los pontoneros.