Abismo paquistaní
El asesinato de Benazir Bhutto, en un atentado terrorista que se cobró al menos la vida de otras quince personas que asistían a un acto electoral, muestra de una manera cruel y descarnada la grave inestabilidad que afecta a Pakistán. Con el magnicidio de la ex-primera ministra se consumó ayer uno de los peores supuestos: la eliminación física de quien estaba llamada a convertirse en piedra angular del entendimiento entre la oposición civil y las fuerzas armadas paquistaníes para conducir al país a una situación de normalidad constitucional.
Actualizado:La combinación de Musharraf como presidente sin uniforme y de Bhutto como primera ministra tras las elecciones previstas para el próximo 8 de enero parecía la menos mala de las fórmulas posibles para contener los peligros de la desintegración interior y, en especial, de la amenaza yihadista. Un país de 179 millones de habitantes, de confesión mayoritaria suní, gobernado por un ejército que tiene en su poder armas nucleares, que alberga en el noroeste de su territorio un núcleo tribal aliado de Al Qaeda, con el fundamentalismo profusamente extendido entre su población, y que mantiene desde su separación formal en el año 1947 relaciones conflictivas con su vecina y emergente India, conforma una realidad muy alejada del sistema democrático y estable que sus ciudadanos necesitan y el mundo desearía para él.
La unánime consideración de la crisis desatada como un problema que afecta no sólo a la estabilidad de la región si no a la seguridad mundial llevó ayer a los integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU a pronunciarse en términos de preocupación compartida por el conjunto de la comunidad internacional. Por eso mismo, asesinada Benazir Bhutto, sería imprescindible que en lo sustancial se mantuviera el diseño de salida política que ella encarnaba tan personalmente. De manera que el Partido Popular de Pakistán, fundado por su padre en 1967 y cuyo liderazgo asumió a la muerte de éste a manos del dictador Zia ul-Haq, pudiera proceder a la designación de su sucesor contribuyendo a que los comicios legislativos no acaben siendo cancelados, a pesar de las excepcionales circunstancias en las que deberán celebrarse.
Es cierto que el programa Musharraf-Bhutto, alentado por los Estados Unidos incluso al margen de la abierta competencia que mantenían ambos líderes, podía quedar reducida a la intensificación de los compromisos contra el terrorismo yihadista y el islamismo insurreccional, a la puesta sobre el terreno de una mayor asistencia norteamericana y a la ayuda al desarrollo económico de un país que corre el riesgo de quedarse muy atrás en el subcontinente indio. Pero, desde un punto de vista realista, tales pautas podrían ser suficientes para eludir el riesgo palpable de que Pakistán acabe precipitándose en el abismo.