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Musharraf en el laberinto
Sobre el presidente van a recaer muchas sospechas acerca de la trama asesina de Bhutto, tanto de comisión como de omisión
Actualizado: GuardarVestido de civil, con un toque de informalidad como quien ha sido obligado a levantarse repentinamente de la mesa, Pervez Musharraf afirmó ayer ante las cámaras de la televisión que el magnicidio de Benazir Bhutto, líder de la oposición y su gran rival política, es «una tragedia nacional».
Lo es sin duda para la paz de Pakistán, y de toda la región. Y también para la del propio general golpista, que algo sabe de atentados -ha salido ileso de tres-, y que no puede tener la conciencia del todo tranquila. Sobre él van a recaer muchas sospechas respecto a la trama asesina de Bhutto, tanto de comisión como de omisión: qué supo y no comunicó; qué pudo hacer y no hizo.
Musharraf cumplió hace poco ocho años al frente de Pakistán, la única potencia nuclear musulmana. Todo un récord si se considera la turbulenta historia de la nación desde su creación en 1947. Los gobiernos civiles han sido en ese país asiático como los monzones: cortos y devastadores, por su capacidad de rapiña. El último, encabezado por Nawaz Sharif -el otro 'superviviente' de esta historia- concluyó con el golpe de Estado de Musharraf en octubre de 1999.
El nuevo dictador militar comenzó su andadura a paso marcial, rodeado de eficaces tecnócratas, pero desde las elecciones de 2002, convocadas para legitimarse en el poder, la decisión de Musharraf de reanudar el juego político en un país con fortísimas carencias democráticas ha producido serios dilemas de supervivencia. Los últimos movimientos del golpista que quiere ser estadista son conocidos: pacto sin cerrar con Bhutto para su regreso del exilio, reelección presidencial amañada, estado de excepción -levantado hace dos semanas- y convocatoria de elecciones legislativas para el 8 de enero. Golpes de ciego para controlar un país y un sistema que hace agua desde hace tiempo por la presión de las fuerzas radicales.
El primer signo de que hay un foco de corrupción en Pakistán llegó a Occidente con los atentados de Londres de 2005 y los abortados en esa misma ciudad en 2006. Los ataques islamistas fueron diseñados y perpetrados por británicos de origen paquistaní, con conexiones en su patria de origen.
Altos funcionarios corruptos, ex miembros de los cuerpos de seguridad y de la actual inteligencia, grupos radicales islamistas. Contra todos cargó Bhutto, desde el exilio y tras su retorno. Todos tenían interés en hacerla desaparecer. Pero el blanco de las críticas -y de los temores- más agudas de la dirigente del Partido Popular de Pakistán (PPP) fueron los dirigentes islamistas. Los que figuraban al frente de los partidos de ese signo, los que se sientan en el Parlamento de Islamabad, o los que están en las montañas del noroeste, luchando con los talibanes o dando cobertura a Bin Laden.
Proyecto moderado
Musharraf tiene mucho que ver con su ascensión en la política y en el ambiente social, cada vez más islamizado, de Pakistán. Y, sin embargo, el general llegó al poder con un proyecto de moderación frente a la deriva islamista de su país. Su foto con un perro en brazos -animal maldito para el Corán- dio la vuelta al mundo. Hoy, los gestos de Musharraf son reemplazados por la retórica, que apenas convence a sus aliados británicos y norteamericanos.
«Pese a las promesas de Musharraf, Pakistán no deja de avanzar por la senda islamista desde hace treinta años -afirma un diplomático occidental en Islamabad-. Empezó con Irán, después con la guerra de Afganistán y su apoyo a lo talibanes. Y luego con la reanudación del conflicto nacionalista-religioso de Cachemira. A ello hay que sumar las fortísimas inversiones saudíes para extender la secta musulmana radical del wahabismo». Desde su conversión a la política, Musharraf jugó a aislar a sus dos rivales, Bhutto y Sharif, beneficiando a los mulás de los partidos religiosos, que hoy gobiernan en varias provincias. Su chantaje a Occidente su resumía en un «si yo me voy vendrán ellos». Ayer, el juego le estalló en las manos.