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ESTRELLAS. En 'American gangster' el 'bueno' de Denzel Washington hace de mafioso con peligro y reta a duelo a Russel Crowe, que en esta vez hace de policía.
Cultura

Duelo a muerte en NY

Rusell Crowe es un poli con conciencia y Denzel Washington, un mafioso de la peor calaña durante los años 70 en 'American gangster'

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Denzel Washington es un actor que acostumbra a plasmar su fama de buena persona en personajes algo planos y bienintencionados. Pero cuando hace de malo, como en Training day, irradia brutalidad. Su presencia en American gangster, donde reta a duelo a Russell Crowe, es imponente y le ha valido ya la candidatura a los Globos de Oro. Interpreta a un estremecedor hombre real llamado Frank Lucas, el acaudalado jefe de una mafia negra que en los setenta surtía de drogas a todos los viciosos de Nueva York, mientras aireaba una imagen de ciudadano ideal.

Crowe se sitúa justo al otro lado, uno de esos tipos grises que cumplen con su labor sin esperar reconocimiento. Es Richie Roberts, un concienciado policía de barrio que conocía bien la calle y que en ella descubrió al gángster, un ex chófer que tejía su poder desde las sombras a base de asesinatos. El encuentro pone sobre el tapete que, pese a sus diferencias, ambos comparten una forma de ser. Un código ético que, a la vez que les une, les obliga a enfrentarse en un combate del que sólo puede salir un ganador.

Ridley Scott hace pasear a decenas de personajes por su filme, aunque se centra en un duelo al estilo de Heat, la desapacible cinta de Michael Mann en la que Al Pacino, como detective, y Robert de Niro, como ladrón de guante blanco, se perseguían a cara de perro mientras se mostraban veladamente sus respetos. Al igual que en aquella cinta, el director británico presenta a Washington y a Crowe por separado y sólo les hace coincidir en el último tramo de un metraje de 156 minutos, una duración propia de los largometrajes que ambicionan el Oscar.

Pese a esa vanidad, American Gangster, basada en un espectacular caso real, es una de esas películas de la llamada clase media del director. No encaja en su colección de grandes filmes, con Blade Runner a la cabeza, ni en su elenco de zafiedades, con Hannibal en la cola. Una más de las suyas, vaya, pese a que ello no significa que estemos antes una cinta vulgar. Es una mirada casi documental de una década, la de los setenta, en la que la heroína entraba en Harlem por la puerta grande, intoxicando Nueva York y corrompiendo las comisarías.

La compraventa de favores alcanzó tales proporciones en esa época que, en 1977, 52 de los 70 policías que habían pasado por la Unidad de Investigación de Narcóticos de Nueva York estaban encarcelados o acusados formalmente. En ese contexto es donde se entiende la desconfianza que en la película sienten los uniformados hacia un policía, Richie Roberts, capaz de entregar a sus jefes un millón de dólares hallados en un maletero. «Era la excepción que confirma la regla y le admiro por lo que he sabido de él», explica Crowe, pareja de hecho y cohecho de Scott tras su participación en Gladiator, Un buen año y Body of Lies, la película que preparan actualmente.

Bajo sospecha

Ese dineral entregado por el impenitente Roberts bien se lo pudo haber dejado aquellos días Lucas el hampón. «Dice haber ganado un millón de dólares diarios en algunos momentos», confirma Denzel Washington, que mantuvo un largo encuentro con el espeluznante tipo para preparar su papel. «Me metí en una habitación con él, encendí la grabadora y empezamos a hablar», comenta el actor de Malcolm X, que presume de haber escrito en su guión de rodaje la sentencia «No hay paz, dice el Señor, para los malvados» (Isaías 48:22) para acordarse del rumbo escogido por Frank Lucas y su búsqueda de la redención. «No intenté imitarle, pero es muy carismático, es la clave de su carácter».

Producida por Brian Glazer, el responsable de Una mente maravillosa, y escrita por Steve Zaillian, de La lista de Schindler, American Gangster ofrece a los seguidores de Scott otro recital estético a los que acostumbra el cineasta, aficionado a rodar en exteriores. La vieja Nueva York que exhibe en la pantalla la evocó en 152 decorados, sí, pero, sobre todo, la capturó en calles y plazas de los cinco distritos que parecen haber quedado estancados en el tiempo, sin sucumbir a la radiante modernidad de la ciudad de los rascacielos.

Un guión y un director que consigue lo que quiere han propiciado que el beato Denzel Washington, hijo de un predicador y dueño de una carrera en la que priman los papeles blandos, triunfe siempre como malo. El buen actor que es nunca se ha lucido tanto como en Training days, haciendo de policía corrupto hasta las cachas. Frente a él, de poli bueno, el camorrista por excelencia, el hombre de los músculos y la testosterona cuya presencia física atemorizaba a los delincuentes en LA confidencial. Rusell Crowe, como todo el mundo sabe, puede ser eso... y lo contrario.