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VISTA. La fina lluvia otorga a Ronda Muleros un brillo especial que nace del propio asfalto de esta céntrica vía jerezana.
Jerez

Una pendiente cargada de esencias jerezanas

Encontramos en la segunda zona de Ronda Muleros una de las partes más castizas de toda la ciudad

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La plaza del Carbón ha quedado atrás y Ronda Muleros comienza a estrecharse, como si quisiera acurrucarse porque hace demasiado frío. Resbalan, cuesta abajo, los vehículos que no cesan de ir a un lado a otro, se desliza la lluvia fina dándole a la calzada un brillo especial que nace en el viejo asfalto, y se dejan caer las vocecillas de los niños de San Ildefonso que cantan los números de la lotería de Navidad. Parece que el vecindario está pendiente por si la suerte se ceba con ellos.

Un grupo de trabajadores sale de un salón cercano a lo que antes eran las dependencias de la empresa de aguas de Jerez. Los vecinos de toda la vida cuentan que «ahí estaba el Palenque». Todavía se recuerdan aquellas madrugadas en las que apenas había coches y en las que se transitaba en unos carritos que eran tirados por pedales. Era el medio de transporte de muchos jerezanos que acudían al Palenque a comprar frutas y verduras que surtían los pequeños negocios y a los comerciantes de la plaza de abastos. «Recuerdo que cuando pasabas por aquí por estas fechas olía a naranja», afirma Rodrigo que es vecino de toda la vida.

Un poco más abajo está el antiguo comercio de alimentación Luci. De toda la vida dejada caer la tienda a un lado del palenque. Una pendiente por un lado y por detrás que suponemos propiciaba que muchas cajas de manzanas rodaran cuesta abajo mientras Luci iba tras ellas hasta cerca de la Alcubilla.

Tráfico

Conforme vamos ganando terreno hacía abajo, nos encontramos, a un lado, la barriada de la Alegría, bloques de viviendas que tuvieron que ser de las primeros en edificarse en Jerez. «Ahora -nos cuenta Antonio, un vecino de toda la vida- hay muchas personas mayores. Muchas mujeres viudas. Es lo que tenemos en La Alegría. Precisamente, la única alegría que tenemos aquí es que un poco más arriba, frente a las bodegas Maestro Sierra, sí que se van viniendo matrimonios jóvenes con niños y todo eso. Porque por La Alegría es difícil ver niños como hace veinte años», comenta.

El tráfico ha sido uno de los grandes problemas del vecindario. Un vecino que se niega a darnos su nombre comenta que «hemos estado hasta amenazados por mucha gente poderosa de Jerez. Y todo porque llegó un día en el que reivindicamos que se hiciera algo con el tráfico. Aquí tenemos coches día y noche. Ruido, contaminación y todo eso. Por eso te digo que aquí hay también mucho miedo y la gente no habla».

Por otro lado, frente a la barriada que, al parecer, no sabemos hasta qué punto representa la alegría, están las viejas casas de la Ronda Muleros cuando la misma va llegando al gran río que es La Alcubilla. Pero antes de que el afluyente llegue casi a las rejas de Villa Victorina, en plena bodega de González Byass, todavía tenemos un lugar jerezanísimo al cual hay que visitar.

El bar Antonio

El bar Antonio es un clásico ya no sólo de la Ronda Mulero, sino de Jerez. Lleva cincuenta años colocado en la esquina del semáforo que da paso a la ronda desde La Alcubilla. Lo fundó en su día Antonio Ortiz Guerra. Antonio logró que su bar fuera, durante muchos años, el bar de los noctámbulos. Ahí iban a parar las almas casi abatidas que iban a tomar la penúltima copa. Todavía hay muchos jerezanos amantes de la noche que recuerdan cómo Antonio corría las largas cortinas para dar apariencia desde fuera de que el negocio estaba cerrado. Eran, como decía Sabina en una de sus canciones, «llamas de madrugada, y te dejan entrar». Pero Antonio no abría a cualquiera. Si entrabas dentro del perfil de cliente, la puerta se abría y entrabas en el mundo particular del bar en la travesía de la noche. El humo abarcaba todo, y el famoso Vázquez, un jerezano de más de setenta años que todas las noches estaba apostado en una esquina del mostrador, tomaba sus copas de anís mientras se fumaba un celtas corto. Vázquez era tan educado que, cuando alguien sacaba tabaco en la máquina que estaba justo a su lado y el altavoz decía «Su tabaco, gracias», decía que el mundo estaba cambiando demasiado rápido para él, que no entendía cómo una máquina podía ser tan educada y servicial.

El barco velero que está sobre la nevera de las tapas desde los años setenta, la cocina con su plancha para hacer los famosos bocadillos de filetes que tan bien caían a las cinco de la madrugada, la policía que, entre ronda y ronda, entraba, los chicos de la recogida de basura que iban a comer cada noche, los taxistas, los borrachos, los flamencos recalcitrantes y hasta algunos señores que muy educadamente habían decidido emborracharse solos y sin hablar con nadie por sabe Dios qué motivo. Todos formaban ese mundo de la noche que cada madrugada se congregaba en el bar Antonio.

Ahora es Salvador Gómez quien lleva el bar. «Ya la cosa no es como antes. Ahora hay más guasa, y por eso el bar no está abierto toda la noche, aunque sí estamos operativos hasta alta horas de la madrugada. Pero ya aquí no se empalma la noche con el día», comenta. Recogió la tradición de lo que fue en su día Los Cuatro Muleros, un tablao flamenco que estaba frente a Antonio, donde iban a cantar Tío Borrico, Terremoto, El Garbanzo o los Moneo. Pero ya la noche no es la de aquellos tiempos, donde al frío se le atacaba con aguardiente y con cante por bulerías.

Desde arriba

Una vez que dejas atrás las noches en el bar del recordado Antonio, se llega al final de la Ronda Muleros. La calle muere en la transversal que ahora vuelve a subir hasta el Alcázar. Son los caprichos de la ciudad. Ronda Muleros con sus coches, con sus viejos barrios, con sus recuerdos a noches cargadas de deseos, con su antiguo olor a naranja proveniente del Palenque, con su proximidad con la Hoyanca y con un Cristo de la Expiración que quedó allá arriba y que desde su privilegiada situación parece presidir y bendecir toda la calle.