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TRIBUNA

Nochebuena de ayer y hoy

Estamos inmersos ya en las fiestas navideñas. Ha empezado esa carrera desenfrenada de gastos, aunque se dice que hay crisis, pero cuando llegan estas fiestas afloran a la superficie los dineros, de lo cual me alegro por el comercio, ya que se quejan de un otoño bastante endeble.

EDUARDO LUMPIÉ
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Acordándonos de los cambios que han existido entre las fiestas actuales y aquellas de la posguerra, las de las cartillas de racionamiento, de la escasez de todo, aquellas desde los años cuarenta hasta los cincuenta y tantos, va un abismo entre una y otra.

Hoy se empieza antes con la compra de regalos. En muchos sitios se hacen hasta dos veces, una en Nochebuena (Papá Noel) y otra en Reyes. Las siguientes compras son las gastronómicas. No faltan esos ibéricos, que tan de moda se han puesto hoy, los mariscos y pescados, las carnes, las bodegas y los dulces. ¿Quién no tiene hoy una comida de empresa u otra con los amigos? Y luego están las copas en la calle las vísperas de fiestas. Después viene la lucha con la báscula y otra más importante, la de la tarjeta Visa.

Recordemos ahora la época en que no existía este llamado consumismo, ya que todo se basaba en lo poco que había.

La enorme cantidad de imaginación que aquellas mujeres le echaban en la cocina a los pocos manjares disponibles. Por ejemplo, el rendimiento que se le sacaba a un pollo o gallina (el que lo podía alcanzar). Se hacía el puchero, el menudillo y la asadura, un arroz y el resto se guisaba con un buen puñado de patatas fritas.

Los dulces se basaban en las célebres tortas de Nochebuena, como así se les llamó siempre en Cádiz. Se hacían la misma noche de Nochebuena. También había turrón, pero de avellana, que era al que podían llegar los bolsillos menos pudientes y tenía el defecto de que si no lo comías esa misma noche, al día siguiente, en el plato, nada más quedaba un pequeño charquito.

La bodega no era muy complicada. Allí no había grandes reservas. Eso si, existía un fino de Chiclana que era bastante bueno. Éste se acompañaba de alguna botella de moscatel blanco que tanto le gustaba a nuestras mujeres.

Eso de los ibéricos, los mariscos y otras bagatelas de hoy se suplía con una buena morcilla y butifarra de la Plaza de Abastos, del puesto de Ambrosio o el de Escalante, que de verdad lo bordaban.

Digo la Nochebuena en el barrio de Santa María ya que fue quizás el sitio donde más la frecuenté. Me acuerdo de esos patios de vecinos en la calle de Santo Domingo, Botica, esa casa de Los Lilas en la calle Sopranis o la del 8 de la plaza de Las Canastas. Esos lebrillos de tortas, la botella de aguardiente o la de cacao para las chavalitas. Cuando llegaba la hora del cante de los villancicos, la matraca, las dos tapaderas de cacerolas y la pandereta. Empezaban a cantar y de verdad que era cuando se daba uno cuenta de cómo cantaban aquellas gentes de ese barrio.

Los regalos de estas fiestas para qué vamos a recordarlos. Lo propio: el camisón para la madre, las babuchas de estar en casa, para la abuela. Al más pequeño de la casa se le compraba su carro y al padre, sus dos paquetes de caldo de gallina (tabaco).

Pero la verdad es que se pasaba en grande y lo bueno es que se acababa todo. No pasa como hoy que después te llevas comiendo de lo que había en esa cena por lo menos un mes.