A aquellos presos
Actualizado: Guardarxisten esos lugares fríos, austeros y oscuros donde la Navidad llega como golpe con puño de acero. Son esas cárceles donde los presos cumplen condena, quienes padecen sus culpas cometidas. Merecidas o no, la sociedad debe ser más solidaria y permisiva en estas fechas con esos reclusos de Dios o del demonio, pues todo pecado es divino o infernal. Los errores se cometen para esmerarlos si se tiene una educación adecuada y un sentido digno de la vida, pero ¿Qué de aquellos que no tuvieron oportunidad de ser educados, dignos y conscientes? ¿Qué de aquellos que nacieron entre alambres y cristales en vez de paja y miel? ¿Qué de aquellos cuyos primeros regalos fueron bofetadas, alcohol y drogas en vez de oro, incienso y mirra? ¿Qué de aquellos cuyos pesebres en su nacimiento olían a alcantarilla y muerte en vez de a leche y canela? No, no somos iguales ni tenemos por qué; pero sí somos todos de carne, hueso y sentimientos. Sí, ese sentimiento de pecado y culpabilidad que pide perdón y arrepentimiento en el largo túnel de la esperanza y la fe. A ellos, a quienes padecen en las cárceles, va dirigida esta carta, pues todos tenemos derecho a probar pestiños y una copa de vino escuchando algún cante para olvidar, aunque sea por unas horas, que se es pájaro enjaulado. Grupos como Navajita Plateá fueron hace poco a cantarles a ellos, a la cárcel. Una iniciativa que les honra no sólo como buenos músicos, sino como personas, seres con corazón y alma. Habría que hacer más por ellos, no olvidarlos; dejar que cumplan sus culpas, sí, pero con cierta armonía para que no olviden que son hombres. A ellos y ellas, a los olvidados, a los marginados, a los que la sociedad llaman lacra cruda y dura, a esos que vagan por esos mundos de pasillos lóbregos de cadenas y grilletes, de ventanas con rejas A todos ellos va dirigida esta carta de esperanza, pues resignarse es aprender a crecer. Apiadarse de uno mismo es un hálito de esperanza a la vida y que, aún tarde, todo debe llegar.