El salón de la nueva vivienda tiene mucho más espacio que la anterior.
CÁDIZ

42 metros que marcan la diferencia

Una familia de la tercera fase explica cómo ha cambiado su vida, desde que vivía en 32 metros hasta su casa actual, con más del doble del espacio

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El cambio es tan abismal que un sólo gesto puede resumirlo. «Antes no podía inclinarme para lavarme las manos, porque chocaba con la pared por la espalda». Luisa Castilla vivía junto a su marido y sus dos hijos en una casa de 32 metros cuadrados que en su origen no tenía ni siquiera una cocina.

Treinta y dos metros repartidos entre un cuarto de baño, un salón y tres dormitorios. «Las habitaciones eran tan pequeñas que cabía justo la cama», explica esta mujer que hoy vive en uno de los bloques de la tercera fase de Cerro del Moro, en la calle Alcalde Blázquez.

La estrechez era tan pronunciada que cada vecino tuvo que exprimir su imaginación para inventar espacio donde no lo había. La mayoría consiguió hacer un hueco en el salón para que sirviera de cocina. «Cuando nos dieron la vivienda, en los años sesenta, sólo había un sitio para una hornilla y un fregadero rústico», recuerda.

El cuarto de baño era, tal vez, lo peor. «No estaba hecho para gordas; allí las gordas no podían entrar», dice con mucho sentido del humor. Sólo había espacio para una placa de ducha, un incómodo lavabo y el inodoro. «Ni patas se le podían poner al lavabo», detalla.

El de Luisa, sin embargo, no era el caso más grave. No eran tantos como otros vecinos (en algunas casas, hasta ocho) y además, no vivía en la planta baja, «donde había que colocar cubos encima de las tapas de los inodoros para que las ratas no se colaran en la vivienda por la noche».

Pero de las cucarachas nadie se libraba. Ni de las estreches, ni de las malas condiciones que tenían los edificios, con humedades, grietas y hasta techos que se caían, como le sucedió a Julia Vaca.

Hoy la situación de Luisa ha cambiado. Sigue siendo arrendataria pero de un piso que tiene 74 metros útiles. «Cuando vi la cocina y el baño por primera vez me parecieron muy grandes», comenta.

Ese cambio de vivienda fue, en realidad, de vida: «Nos pusimos muy contentos, cada uno de mis hijos pudo tener su dormitorio; el nuestro era más amplio y el salón también».

Además, la nueva distribución de las casas -alejada de la tradicional en torno a un patio- ha obrado un cambio entre los vecinos. «Nosotros aquí nos llevamos muy bien, pero cada uno ahora está en su casa», abunda esta vecina.

También el que las casas sean nuevas ha motivado a los vecinos a cuidarlas mucho más. De hecho, en estos días navideños los portales lucen una decoración en los techos, paredes y suelo, con flores de pascua diseminadas para dar toques de color. «Esto lo han hecho los hombres del edificio», explica Julia Vaca con orgullo, porque una de las motivaciones de la asociación de vecinos es implicar a los residentes en cada una de las labores colectivas.

«Antes no podías decir que eras del Cerro del Moro -concluye Luisa- porque la gente se asustaba. Hoy ya no es así».