Caseros y amigos
LA GLORIETA En el sinuoso e intrincado mundo de las relaciones sociales, la segunda más peliaguda es la que mantienes con tu casero. Por lo general -y que nadie se dé por ofendido, aunque tendrán sus motivos- son seres inconmovibles, inexcrutables e inalienables, como sus propiedades.
Actualizado: GuardarTú le llamas, pongamos, un jueves y le dices: «Perdón, don (que no falte el tratamiento) Luis pero he ido a agarrar el pomo de la puerta del baño y me he quedado con él de la mano». Y él te responde, muy ufano: «Pues no lo entiendo; cuando mi abuelo lo puso allí funcionaba a las mil maravillas y es un pomo que tiene 60 años».
Ya. Precisamente. Los pomos, a pesar de su aspecto pétreo, también tiene fecha de caducidad, digo, de defunción.
Los caseros, como los clientes, siempre tienen la razón, porque cuando te dejaron la casa todo estaba «en perfecto estado».
Por eso hay veces en que se produce el milagro y encuentras un casero que no te deja balbuceando siete minutos al teléfono y te dice frases tan hermosas como «No te preocupes, yo tengo un seguro».
En determinados momentos (lavadora echando agua a borbotones; puertas que no abren; frigoríficos que rugen) eso es como música sinfónica para tus oídos. Te dan ganas de arrodillarte y exclamar: «Mil gracias, Dios le bendiga» (como dicen en las telenovelas venezolanas) o directamente, ponerle una vela a la Virgen en su nombre, para que le dé mucha salud y prosperidad. O para que se reproduzca y los hijos de sus hijos se conviertan en bondadosos caseros y extiendan su reino más allá de ese pequeño apartamento que él te renta. Que así sea.