LOS LUGARES MARCADOS

Buzones y cartas

Hace ya tiempo que una servidora, como la mayoría del mundo tildado de «avanzado», usa y abusa del e-mail, por eso de la comodidad y la rapidez. Pero hay palabras, sensaciones, que no se pueden contar si no es por intermedio del papel y el lápiz. Hay declaraciones que precisan del sonido del sobre al rasgarse, del crujido de la hoja al arrugarse, del tacto, incluso del olfato.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Qué habría sido de los enamorados sin una carta perfumada que estrechar contra sus pechos? ¿Qué de la madre que quedó en el pueblo, de no haber recibido la postal de sus hijos para colocar en el álbum familiar? ¿Qué son unas navidades sin esas felicitaciones tiernamente empalagosas, cargadas de renos, abetos y velas? ¿Y qué me dicen de las cartas a los Reyes Magos? ¿A algún niño se le ocurriría mandar en lugar de la típica misiva -«Queridos Reyes Magos: Como me he portado bien este año »- un e-mail o un sincopado sms?

Nuestra vida, incluso en este siglo XXI marcado por la modernidad, precisa de la correspondencia escrita, de sus mínimas alegrías, de su sentido físico, tangible. Y, sin embargo, ¿se han fijado ustedes en lo difícil que resulta utilizar el correo? No me refiero al esfuerzo, mayor o menor, que supone la propia escritura de la misiva (porque es cierto que la carta escrita exige un esmero y una construcción adecuados), sino al mero hecho de ponerla en circulación. ¿Dónde han puesto los buzones, esos amarillos y panzudos que antes jalonaban nuestras calles? ¿No se les figuran elementos en vías de extinción? ¿Acaso el servicio de correos quiere disuadirnos del empleo de la carta a base de obligarnos a caminatas larguísimas para encontrarlos?

A los carteros reales, este año, les voy a hacer una reclamación, a ver si sus Majestades de Oriente, que son tan comprensivos, me ponen un buzón cerca de casa