Más participación
En esta semana han pasado por Cádiz personas tan importantes de la política nacional como el Presidente y la Vicepresidenta del Gobierno, el pleno de la Comisión Nacional del Bicentenario, un ex ministro de Interior, el candidato de la oposición a la Junta o el actual portavoz parlamentario del grupo socialista en el Congreso. Aunque la mayoría no viniera a actos abiertos a cualquier público, sorprende la indiferencia con la que se vive aquí, a pie de calle, ese contacto directo con la alta política. Ni siquiera se han podido leer cartas a la directora haciéndoles llegar, ahora que estaban más cerca, alguna petición o queja. Como no se puede decir, fundadamente, que esta ciudad o la misma sociedad han llegado ya a la perfección, ese bajo perfil político tiene más de alejamiento que de satisfacción. Estoy convencido que hay prácticas, como la crispación, que buscan deliberadamente agotar la paciencia de los ciudadanos para alejarlos de la política. Pero conseguir ganar la mayoría con una gran abstención tiene dos debilidades: matemáticamente no es tan sólida como parece pudiendo cambiar, a poco que fallen los apoyos, de una a otra elección y, en especial, no suponen ningún liderazgo social como para pedirle a los gobernados algún sacrificio. En Cádiz, donde parece que todo lo que se debe hacer por la ciudad debe girar alrededor del 2012, y se presenta casi como un fracaso lo que materialmente no da tiempo de hacer antes, ha venido Cuauhtémoc Cárdenas, quien si no fuera por un enorme fraude electoral debió ser presidente de México, y tuvo veinticinco espectadores. Es un dato para reflexionar.
Actualizado:Parece claro que a los gaditanos no les interesó escuchar a tan importante personalidad. Y eso es así por dos cosas: porque hace años que vienen oyendo que la política es algo despreciable y aburrido y porque, aún, nadie les ha explicado cómo es posible que alguien desinteresado de la política actual deba mostrar mucho entusiasmo por la política de 1812. Y no se lo explican porque es imposible.
Se viene diciendo que hay que implicar a los gaditanos en el Bicentenario, pero no sé cómo se puede conseguir esa participación negándosela en el resto de actividades políticas. Esta misma semana, en unas Jornadas organizadas por once asociaciones que habían presentado en verano alegaciones al Avance del PGOU, se quejaban de que el Ayuntamiento de Cádiz ni siquiera les había contestado aún. ¿Cómo se puede interesar a los ciudadanos si, cuando su opinión es crítica, no se cuenta con ellos?. ¿Para cuándo un órgano de Participación Ciudadana que controle que el reparto de subvenciones no castiga a las asociaciones de vecinos más críticas?. Sin embargo, la alcaldesa Martínez adula en sus declaraciones, como un valor, que los gaditanos tengan ahora más espíritu crítico. ¿Siempre que no lo usen con ella?. Para empezar habría que decir que si se celebra el Bicentenario de una Constitución estamos celebrando lo que fue un acto político. Se huye de esa palabra. No es una feria ni una Expo ni el Festival Iberoamericano de todo cuanto se nos ocurra, como cada sector propone en su peregrinaje al Lourdes del Consorcio, sino la celebración de un acto político antiguo del que, críticamente, nos alegramos porque de aquellos lodos vienen estas libertades. Por supuesto, ese acto se puede celebrar con la festividad que por aquí se acostumbra, y servir de coartada para mejorar las comunicaciones, poner en uso razonable el castillo San Sebastián, rehabilitar edificios, reinventar nuestras relaciones con América, convertirnos en destino de turismo emocional, mejorar el empleo y, por qué no, aumentar nuestra autoestima con el conocimiento de nuestra historia. Entiendo que sea más fácil de explicar todos esos beneficios inmediatos que el más inmaterial de la participación.
En esa época, había quienes querían que el Rey (y ellos mismos, por supuesto) siguieran encargándose de todo. Y quienes, liberales en una zona y afrancesados en la otra, querían más participación en la vida pública. Parece un cuento. Pero llevamos doscientos años escuchándolo. Mientras, en Cádiz, un millón seiscientos mil puntos de luz nos adormecen en un mundo feliz por imaginario que, más que sonreír, se carcajea del cambio climático.