Cintas proyectadas de forma clandestina y viajes a Francia: las únicas fórmulas de supervivencia
Si los desencuentros de los directores, guionistas o dobladores con los censores españoles fue constante, también hay anécdotas muy jugosas que tienen como protagonistas a los críticos de cine y a los empresarios exhibidores en las salas de cine españolas.
Actualizado: José Vanaclocha, crítico valenciano de cine, recuerda, por ejemplo, cómo «los hermanos Sebastián, propietarios de varios cine clubes, del cine Acteón y de los Aragón (ya cerrados), se atrevieron en aquel entonces a hacer pases de la película Viridiana de forma clandestina», algo que hoy día confirma con toda tranquilidad -y sin la sombra de la censura- César Sebastián. «Había películas que estaban perseguidas por la censura y las pásabamos clandestinamente los primeros días de mayo, entre ellas El acorazado Potemkin, o Alexander Nevsky, ambas de tinte político o, por ejemplo Viridiana, con una carga erótica», indica el propio César Sebastián.
Como detalla el mismo exhibidor valenciano, «en el caso de Alexander Nevski, poníamos la película en ruso, la tradujimos al castellano y desde el patio de butacas la contábamos mientras se veía la cinta».
La anécdota vinculada a Viridiana tampoco tiene desperdicio ya que, como «la proyectaban de forma clandestina, lo que hacían los hermanos Sebastián era anunciar su exhibición en clave», según detalla Vanaclocha y confirma César Sebastián. «Se proyectaba los primeros días de mayo y las sesiones y lugares se comunicaban poniendo el nombre del director, pero mal escrito para despistar, por ejemplo, una película de Vuñel», recuerda Sebastián. Otra película que se atrevió a proyectar es Qué viva la República. «Los grises vieron el cartel en la Facultad y nos llevaron al cuartel de Gobierno Civil», añade el exhibidor César Sebastián.
El crítico José Vanaclocha -libre ahora de aquellos años de persecución- confiesa que él fue uno de los muchos valencianos y españoles que viajó hasta más allá de la frontera con Francia, concretamente a Perpiñán, para ver películas prohibidas en España. «El fin de semana cogías el seiscientos, bocadillos, pagabas una pensión y ese fin de semana te veías tres películas, como Novecento, El último tango en París o El imperio de los sentidos, con un elevado contenido sexual».