Vendedores, compradores e ilusos
Puede que la Navidad sea lo mismo desde Dickens hasta ahora, lo que ha cambiado bastante es el resto del año y, por contraste, cada vez resulta más estomagante el mismo ritual. El Niño Jesús no tiene la culpa, el pobre. Más bien se trata de agosto, marzo, abril o noviembre, que se han vuelto más antipáticos y exigen que los niveles de autoengaño, hipocresía o inocencia necesarios para celebrar, sean cada vez más altos. El presupuesto espíritu de fraternidad y encuentro de estas jornadas es tan consolador o irritante como hace un siglo, según los gustos de cada cual, pero el resto de los días se ha ido estropeando mucho y, claro, la comparación cada vez resulta más odiosa. Durante las dos próximas semanas, millones de trabajadores que tratan de evitarse, sobrellevarse o despellejarse durante once meses y medio se ilusionarán con comer juntos en idílica camaradería. En los próximos 15 días, las familias que apenas se ven un par de horas al día -las que dejan libres la carrera tras el euro- tendrán que usar hábitos de convivencia que apenas practican el resto del tiempo.
Actualizado: GuardarHasta el 6 de agosto, habrá que dejar de regalar juguetes y golosinas a los niños, para ver si conseguimos que los Reyes les parezcan algo excepcional, distinto al resto de sus días de empacho de bienestar. Como decía el reconfortante Benítez Ariza en su última y esperada entrega semanal, se trata de comer tanto que apenas podamos hablar. Dos semanas con la boca llena suponen la única garantía de tolerar los encuentros que los días corrientes intentamos esquivar caminando con auriculares, con gafas de sol enormes que nos evitan saludar, haciéndonos los ocupados o fingiendo que hablamos por el móvil. Ni siquiera los anuncios de crisis y la estampida de los precios aliviarán los síntomas del sarpullido navideño. Pese a todos los anuncios de cambio climático, todo se enciende cada vez antes (para vender más), todo se anuncia cada vez antes (para vender más), todo se agota cada vez antes (para vender más) y algunos informes públicos tratan de darnos pena clamando contra lo caros que están los langostinos, la falta de fondos de reserva en el banco mundial de piernas de cordero, la posibilidad de que falten determinados juguetes carísimos o advirtiendo de que los ciudadanos sólo gastarán 900 euros de media per cápita, en vez de los 1.100 del año anterior. Todos son mensajes trágicos, desoladores. ¿Cómo podremos sobrevivir con la mitad del huevo hilado que consumíamos en 2005?
Una desgracia total. A ver si la tan comentada crisis, en vez de amenazar y amagar, llega de una puñetera vez porque empieza a parecer necesaria, imprescindible, para poner algunas cosas, como el sentido común, en su sitio. Tampoco merece la pena sofocarse mucho por lo que viene, pasa pronto.
Papeles cruzados
Pero si los días previos a las Pascuas sirven para algo es para comprobar el funcionamiento del comercio y los servicios, fundamentales en una provincia como Cádiz que pretende ser turística al no tener alternativas. La ciudad que sonríe demuestra en estos días de compra compulsiva el estado general de sus tiendas y dependientes. Hasta hace unos años, el vendedor trataba de agradar y seducir al comprador, para que eligiera sus productos y no otros pero, en los últimos años, los papeles se han invertido. Ahora, los consumidores tienen tal necesidad de comprar que deben tratar de ser agradables con el vendedor, para que les atienda con corrección. Los que despachan o atienden saben que hay miles de clientes desesperados, por lo que pueden permitirse tratarlos con grosería ya que si se enfadan, ya vendrán otros. La filosofía queda resumida en el cartel de un céntrico establecimiento de Cádiz: «Este local permanecerá cerrado el próximo jueves 13 por la comida de Navidad de sus trabajadores». Aplauso. Cabe pensar que querían decir «desayuno, almuerzo, copa, merienda, cena y revolcón de Navidad», porque de otra forma no se entiende que necesiten cerrar todo el día para atender tan inexcusable obligación profesional. La desfachatez sólo la superan los dependientes de otra tienda que el martes se asomaron a la puerta a las 13.50, miraron calle arriba, y dijeron delante de los clientes: «Venga, vamos a ir cerrando a toda leche que por ahí viene un grupo de cruceristas». Espíritu comercial se llama.
Buenos propósitos
Hay que tener esperanzas, no queda otra. El cambio de año fuerza a una catársis de optimismo que, ya puestos, viene bien. La visita de María Teresa Fernández de la Vega, escoltada por Zarrías y Teófila, sirvió para hacernos creer que por fin la vergonzosa inutilidad del Castillo de San Sebastián puede tener fin. Si es con la excusa del 2012, pues vale, porque se trata de dar uso a un lugar maravilloso, infinitamente aprovechable que otras ciudades habrían convertido ya en un paraje de irresistible atractivo hace una década. En otras capitales, han transformado enclaves mucho más vulgares en imanes irresistibles para el visitante. A ver si esta vez va de veras. Los pesimistas, desconfiados y amargados nos comeremos nuestras palabras, acompañadas de una fritada de papas. El Centro de Visitantes de Baelo Claudia es la otra satisfacción que deja la semana. Aunque sea políticamente incorrecto, los ecologistas han quedado como unos pesados agoreros y obstruccionistas. El edificio suma atractivos, nunca resta encanto ni resulta dañino para el paisaje, al contrario, complementa con esplendor didáctico y potencial cultural una playa incomparable, un yacimiento arqueológico digno de que cada gaditano, cada turista que llega a la provincia, lo visitara una vez al año. Al final, puede que tengamos arreglo, que merezca la pena tener expectativas respecto a esta tierra.