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KEKO RUIZ deportes@lavozdigital.es
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La Asociación de la Prensa Deportiva de Cádiz, fauna que aglutina a informadores y periodistas de todo pelaje, aunque el fútbol sea el denominador común, no ha encontrado muchas facilidades para poder celebrar su gala anual en la capital gaditana. Siempre he tenido la sensación de que los que formamos parte de este colectivo somos profesionales de segunda categoría, sobre todo si a uno le da por asomarse a la calle Ancha y ver la imponente sede de la que gozan los periodistas supuestamente más serios, faraónico edificio que incluye descuentos de todo tipo y la tradicional cesta navideña. Nosotros, en cambio, somos los hermanos pobres y eso que nos dedicamos a informar en mejor o peor medida de un espectáculo que mueve las mismas o más masas que el Carnaval y la Semana Santa y eso, en esta ciudad, son palabras mayores. Pero los tiempos en los que llegado el verano nos atiborrábamos de jamón ibérico y completábamos nuestro vestuario con polos náuticos de la talla XL pasaron a mejor vida. Ahora, que somos pocos y mal avenidos, las comilonas se han convertido en un hecho extraordinario. En cierto modo, nos está bien merecido que las instituciones nos den con las puertas en las narices -aunque sea una cuestión que particularmente no me quite el sueño- y es que no hay por dónde cogernos. Nos hemos acabado convirtiendo en un almacen de reciclaje al que viene a parar todo lo que sobra en el resto de la profesión o al que acuden privilegiados pluriempleados que pueden dedicar su tiempo de ocio a esto para pagar la hipoteca de turno. Hasta algunos personajes del fútbol venidos a menos y que no tienen cabida en el Cádiz de Muñoz han pasado a engrosar nuestras filas. El resultado es que las puñaladas traperas, los falsos abrazos y las rajadas a espaldasdel vecino están a la orden del día con lo fácil que sería tirar por la vía de la profesionalidad, el respeto y el vive y deja vivir.