LUCES Y SOMBRAS

Corrupción y corruptelas

Apenas descubierta una supuesta trama de corrupción en el ayuntamiento de Madrid relacionada con el cobro de comisiones ilegales por agilizar la tramitación de determinados tipos de licencia, estalla otro escándalo urbanístico en el municipio de Totana. El alcalde es puesto a disposición judicial junto con otros presuntos implicados. Un año antes, en el 2006, la operación Malaya impulsada por la justicia y la policía se salda con la detención y procesamiento de numerosos miembros del consistorio marbellí a los que se les imputa la comisión de varios delitos de cohecho, prevaricación, tráfico de influencia, etc. Por desgracia no se trata de casos aislados de corrupción en nuestro país. Tal vez sean los más significativos pero ni mucho menos son los únicos. Raro es el día en que no aparecen noticias en la prensa sobre estos fenómenos que de un modo u otro afectan a alguna de las administraciones públicas.

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Según la ONG Transparencia Internacional, con una puntuación de 6,8 puntos, España se sitúa en la vigésima tercera posición entre los países menos corruptos de una lista de 163 naciones. Por detrás se colocan Portugal, Italia y Gracia. El dato no nos puede consolar porque la corrupción si no se ataja a tiempo con la adopción de medidas eficaces e implacables se comporta como un cáncer incurable que se extiende por los tejidos humanos hasta destruirlos. No por casualidad los países más pobres del mundo son aquellos que están gobernados por políticos corruptos. Una vez que la corrupción se instala en la sociedad es casi imposible erradicarla.

La corruptela puede ser la antesala de la corrupción. El diccionario de la Lengua Española la concibe como soborno pero también como una perversión de poca importancia, especialmente lo que va contra la ley. A veces se reviste de un manto de legalidad. En este sentido debo confesar que se me ponen los pelos de punta cuando algún político intenta justificar cualquier dispendio de recursos públicos al amparo de expresiones como «esto es el chocolate del loro». No digamos nada cuando manifiesta la necesidad de «vestir el poder» Es para echarse a temblar. Detrás de la frasecita habitualmente se esconde la pretensión de disponer de un despacho de lujo o de un coche oficial de alta gama. Por lo general quienes así se pronuncian evidencian sus carencias para desempeñar responsabilidades públicas. Como se viste el cargo público es con el ejercicio de la autoridad moral y con una preparación adecuada puestas al servicio de los ciudadanos.

Con harta frecuencia se asignan sueldos millonarios ,con cargo a los presupuestos públicos ,a directores de áreas o asesores de confianza atendiendo a razones puramente partidistas y no en función de las aptitudes profesionales de los posible candidatos. Todo a costa del contribuyente. Esta forma de proceder también es corruptela.

Si se quiere recuperar la confianza de los ciudadanos en la política habrá que esforzarse para evitar que la corrupción se adueñe de la vida pública.