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Opinion

Sin contemplaciones

El cruel comunicado hecho público por ETA, en el que la banda asume con la frialdad del asesino en serie la «ejecución» de los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero, no ha servido más que para confirmar la delirante obsesión con la que los terroristas tratan de justificar a sí mismos y ante sus entornos su sanguinaria conducta. Las menciones al «terrorismo de Estado» para explicar la persistencia de su violencia son fiel reflejo de que su pérdida del principio de realidad no deriva de una enajenación ambiental, sino de un firme propósito por imponer la dictadura del terror frente a una democracia consolidada muy a su pesar. Pero lo que resulta propio de una psicopatía es que el comunicado señale que Centeno y Trapero fueron asesinados «en el curso de un enfrentamiento armado». Tan descarnada mentira, que intenta convertir en acto de heroicidad activista el cobarde asesinato de dos jóvenes indefensos y atenazados a punta de pistola, es fiel ejemplo de la brutal falacia en la que trata de perpetuarse el terrorismo etarra emitiendo regularmente señuelos que, tras lo sucedido, no pueden engañar a nadie si no está guiado por la mala fe.

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Los hechos y las palabras de ETA adquieren un significado tan inequívoco que, tras años de falso dilema sobre si la solución debe ser policial o dialogada, las instituciones y la sociedad han de asumir el compromiso de acabar con la banda terrorista sin más contemplaciones. La actuación policial y la acción de la Justicia no son tan sólo los recursos ordinarios de que dispone el Estado de derecho para atajar este tipo de amenazas. Se convierten en una vía cuya intensiva explotación es ya la única respuesta que la sociedad democrática puede ofrecer a las advertencias etarras. El tiempo de las eventuales salidas dialogadas ha ido marchitándose por la contundencia sectaria con la que la trama terrorista ha frustrado, una tras otra, las esperanzas de paz a las que la ciudadanía se agarraba. El hecho de que ayer tanta la ilegal Batasuna como ANV hicieran oír su voz cómplice dando cobertura pública a la amenaza terrorista demuestra hasta qué punto la obstinación fascista no permite al Estado de derecho otra salida que la del desmantelamiento total e inmediato de la trama terrorista.