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Las mulas de antaño son ahora caballos de acero

Ronda Muleros nace en la Hoyanca y desciende hasta la salida de Jerez invadida por un constante ir y venir de coches

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Ahora, en lugar de mulas o bestias tiradas por arrieros, cabalgan coches de todos los tipos. Pequeños, grandes, rojos, azules metalizados y furgonetas que hacen el reparto. Suben y bajan por la Ronda Muleros. Cada uno a lo suyo y con un destino prefijado. Entran en Jerez o se marchan buscando, allá abajo, Cuatro Caminos. Pero Ronda Muleros comienza en la plaza del Cristo, donde las mañanas huele a pan proveniente del horno situado justo al borde de la Hoyanca. El olorcillo llega hasta los siete álamos que están sembrados en la plaza, y más allá está la Ermita de San Telmo, con su Virgen del Valle que es Reina del corazón de los vecinos.

La Ronda Muleros se crece en las alturas para ir decreciendo, poco a poco, y desembocar en la Alcubilla. Un poco más adelante está el terraplén, el desnivel que conduce a lo que fueron las antiguas marismas. Abajo están los barrios de Federico Mayo, San Telmo y el sur de la ciudad. Al otro lado nos encontramos un antiguo casco de bodega que ahora es almacén de golosinas. Y más allá una tienda de muebles de mimbres y un almacén de escayolas. Justo en El Palenque, que es como una segunda Hoyanca, había hace unos años un taller donde dejaban los coches más limpios que los chorros del oro. Ahora se construye un bloque de viviendas que tiene una base partida en cuña para vencer el gran desnivel.

La asociación

Justo enfrente está la asociación de vecinos de San Miguel. Rafael García Ruiz lleva veinte años al frente. Se trata del primer Cartero Real que ha tenido la ciudad oficialmente. «Bueno ya me quedan unos días solamente», bromea Rafael. La asociación está ubicada provisionalmente en lo que hace años fue un colegio, a la espalda de Vicario. Un gran salón tiene las oficinas, y en las paredes están colgados los mitos del barrio: Lola Flores, La Paquera, El Cristo, el beato Manuel Salado y una foto del Valle. Rafael no para cuando habla de su barrio. «Tenemos la mejor zambomba del mundo no exagero. Me llaman de todas partes de España para enterarse qué día será este año. Llama la atención eso de hacerla alrededor del monumento a Lola Flores, en la Cruz Vieja», comenta. Después de hablar del barrio con Rafael, hay que seguir con el sendero. Cuando se sale, se vuelve, de nuevo, al torbellino de coches que van y vienen.

Luis Miguel Rodríguez sabe lo que es soportar el tráfico cada día. Sus clientes entran en su negocio que se llama Toma - 2, el video club de Jerez con más coches aparcados a la puerta. «Menos mal que la Policía nos respeta y nunca multan. La verdad es que es un lugar bastante malo para aparcar, pero el cliente ya está acostumbrado», comenta. Cine de todos los colores, aunque Rodríguez comenta que «quizá haya ahora una mayor demanda por el clásico».

Suena el claxon. Se trata del coche de prácticas de la autoescuela Barroso, que lleva un año y medio en Ronda Muleros. Noelia Reinaldo se encarga de que los ordenadores estén a punto, mientras los alumnos van siguiendo los ejercicios por medio de un programa informático que pita si no se pulsa la tecla correcta. «Fuimos pioneros en esto de las nuevas tecnologías aplicadas al mundo del aprendizaje de la conducción», afirma. Por el rabillo del ojo, un alumno observa cómo pasan los muchos coches que desea algún día conducir.

Brillos de acero

Otro clásico de la Ronda Muleros es Orebol. Tras sus grandes cristaleras que sirven de escaparate, están las máquinas de alimentación y hostelería que están a la venta. Desde una balanza digital hasta un rollo de papel para la impresora de una caja registradora. Al mando está Antonio Lobero. Serio pero cordial. Comenta que «haberse ubicado en un lugar tan céntrico y tan a la vista de todos me ha servido como reclamo. Si estuviera en una zona de naves industriales, tendría menos clientes porque aquí se juega con el factor de la proximidad», subraya. Las máquinas de acero inoxidable brillan y parece que en cualquier momento va a salir del almacén un charcutero para cortar mortadela en las inmaculadas máquinas de cortar.

Plaza del Carbón y CEM

Una vez que se pasa la casa de la familia Cabral -conocidos en la ciudad por su famosa calería- que está al otro lado de la orilla, llegamos a la plaza del Carbón con su frondoso ficus que acoge sombra a casi toda la placita. Es como si la Ronda Muleros quisiera ensancharse un momento para volver después a su estado natural.

En la calle de las Aguas está la entrada a CEM, donde la mayoría de peluqueras y esteticistas de Jerez han aprendido el oficio. Son veintitrés años haciendo la permanente y eso crea escuela. Francisco Herrera es el gerente de la empresa. Lógicamente, en la escuela de peluquería y estética huele a laca y suena a secador recalentado. Las guapas chicas van de un lado a otro, y Francisco comenta que «tenemos alrededor de ciento ochenta alumnos en total en los dos turnos de mañana y tarde. Comenzamos en la calle Barja, pero al poco tiempo nos vinimos aquí. Antes, todo era más cómodo. Se podía aparcar en la plaza, ahora ya puedes ver. No hay aparcamientos. Pero bueno, en un negocio como éste, el alumno tiene que buscar el lugar donde quiere aprender el oficio». La verdad es que ya no se puede entender a Muleros sin CEM y sus chicas que entran y salen entre señora y señora que llega a peinarse. «También hacemos micropigmentación o esculpimos uñas», sostiene Herrera. Y el ruido de la calle choca frontalmente con las máquinas de CEM y los cotilleos de las clientas que entran ha pegarse un repaso.

Dejamos la Ronda Muleros en Carbón, descansamos bajo la sombra del ficus. Lo dejamos cuando todavía no hemos llegado al nivel del mar, cuando quedan todavía muchos metros de descenso. Muchas historias que contar cuando la cuesta abajo ya se hace irrefrenable. Pero esto es ya harina de otro costal que abordaremos en una segunda parte.