La ambición del coronel Gadafi
El líder libio, que ayer llegó a España, se ha mostrado desmesurado en su dialéctica y pragmático en su política interior
Actualizado:Gadafi, amo y señor de Libia. Su nombre es sinónimo de terror, demagogia, violencia y odio a Occidente. Todo esto nos preocupa sólo porque gobierna Libia. ¿Pero qué era Libia en 1969? Un desierto tres veces más extenso que España, poblado por un millón escaso de habitantes. Independientes desde 1951, exportaban petróleo desde 1961. El 1 de septiembre de 1969, un golpe de Estado derribó al monarca reinante, Idriss I. El cerebro era el coronel Hawaf, jefe de los servicios secretos, que disfrutó muy poco los frutos de su traición porque uno de sus cómplices, un tal Gadafi, le desplazó del poder.
Muammar Al-Gadafi nació en pleno desierto en 1943, hijo del caudillo de una pequeña tribu beduina. Cursó estudios en la academia militar de Bengasi, donde fue considerado un alumno brillante. Los completó en Gran Bretaña, pero los británicos le inspiraron enseguida una tremenda antipatía. Un día, el cadete Gadafi y su compañero de estudios el jeque Ahmed al Abah del emirato de Omán, fueron de visita al club Ambassadeurs y en el casino del piso superior contemplaron a un consejero personal del rey Idriss perdiendo casi medio millón de dólares en una hora. Leyó los escritos de Nasser y se empapó de ideas revolucionarias. Aparte de esto, lo ignoramos casi todo sobre su vida con anterioridad al golpe.
Es frecuente afirmar que Gadafi está loco y que eso explica su retórica y sus acciones. ¿Lo decimos porque es antioccidental? ¿O acaso no le comprendemos al ser de una cultura muy diferente a la nuestra? ¿Las acciones de Gadafi reflejan su verdadero carácter o son sólo una pose teatral? Es necesario descartar estas seudoexplicaciones.
Una vez en el poder, Gadafi demostró muy pronto una personalidad voluntariosa e imprudente, sin ideología ni programa. Admiraba a Nasser, pero nunca fue nasserista. Estuvo aliado con la URSS pero jamás fue comunista. Intentó crear una ideología propia y publicó un Libro Verde ampuloso y vacío. Pretendió convertir Libia en un Estado de las masas gobernado por consejos populares, pero en la práctica el régimen siguió siendo una dictadura militar muy centralizada. Su política interior ha mostrado una cierta dosis de realismo y capacidad de adaptación a las circunstancias.
Vaivenes exteriores
El principal defecto de Gadafi ha sido siempre la ambición desmedida de su política exterior, unida a una impaciencia que es opuesta al carácter beduino tradicional. Debido a los ingresos del petróleo, perdió el sentido de la realidad y se lanzó a una política exterior excesivamente ambiciosa. Sus primeros pasos fueron pacíficos, proponiendo a sus vecinos planes de unión para crear un único Estado pan-árabe más grande y poderoso. Recurrió a la fuerza militar y el terrorismo una vez fracasados estos designios. Lo único que consiguió fue convertir a Libia en un Estado-paria. Los otros países árabes no le defendieron porque en muchos casos habían sido también víctimas de esta política, que ahora se ha moderado.
Gadafi no está loco, pero es evidente que sus acciones indican una cierta inestabilidad emocional. En general, exhibe el temperamento de un niño malcriado: impulsivo, caprichoso, irresponsable, brillante a veces, indisciplinado, egocéntrico, impaciente... Es esta personalidad infantil en un cuerpo adulto lo que hace dudar de su salud mental, pero nada indica que su capacidad de raciocinio sea inferior a la normal.
Con 38 años en el poder, Gadafi es uno de los gobernantes más veteranos del mundo. A los 64 años, en el otoño de su vida, su única ambición es consolidar su trono para su hijo y heredero. La dinastía Asad lo ha logrado en Siria, igual que las dinastías Kim en Corea del Norte o Aliyev en Azerbaiyán. Por lo tanto, parece factible hacer lo mismo en Libia. Con menos de 6 millones de habitantes, los precios del petróleo por las nubes y sin enemigos exteriores gracias a una política ahora moderada, el futuro Gadafi II puede esperar un reinado brillante y próspero. ¿Tanta retórica revolucionaria para terminar asi!