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Lakoff y la calidad de la política

El filólogo norteamericano George Lakoff se ha hecho famoso en España por un librillo reciente, No pienses en un elefante que, aunque escrito para el público norteamericano -el elefante es el símbolo del Partido Republicano-, ha hecho furor ahora entre los progresistas españoles. Hasta el punto que Zapatero ha invitado a Lakoff a formar parte de su cohorte de asesores áulicos.

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Las tesis de Lakoff aplicadas a la política consisten, sintéticamente, en considerar que una construcción ideológica vinculada a un partido político es ante todo un marco de referencia, un conjunto léxico de criterios y tópicos que forman una estructura mental orgánica que expresa una determinada forma de ver el mundo. Así por ejemplo, los conservadores americanos, partiendo de una determinada concepción jerárquica y disciplinada de la unidad familiar, han construido unos códigos prestigiosos que incluyen numerosos principios: baja intervención pública, hostilidad a los impuestos y a los servicios públicos universales, no al aborto, sí a la pena de muerte, Estado de reducidas dimensiones aunque fuertemente introspectivo y cerrado al exterior, etc. Una vez reconocida la existencia de este marco conservador, el éxito de los progresistas consiste no tanto en enzarzarse en una controversia con la derecha para disuadir a los ciudadanos de votarla cuanto en engendrar un marco nuevo, alternativo, genuinamente progresista, en el que pueda desenvolverse con comodidad su propio electorado, que tiene, o que ha de adquirir, una visión del mundo diferente.

La aplicación práctica de tales teorías por los partidos puede dar lugar a estrategias a largo plazo, como las que efectivamente se desarrollan en el ámbito norteamericano. Pero aquí, y en estas inminencias electorales, lo que se desprende de la llamada de Lakoff es una cierta apelación a la coherencia interna de los partidos, que deberían procurar ofrecer un proyecto enmarcado en una estructura mental, en una visión del mundo, y no un conjunto de propuestas aisladas y descabaladas, generalmente arrebatadas al adversario en sucesivos raptos de falta de originalidad.

Hay ejemplos a mano y he aquí uno de ellos: carece por ejemplo de sentido que la izquierda socialdemócrata quiera arrebatar a la derecha liberal el banderín de enganche de la bajada de impuestos cuando con toda probabilidad quien vota a aquélla no busca esta ventaja económica inmediata sino una oferta más compleja de conciliación de la economía de mercado con el Estado social. Hay, o debería haber, una construcción ideológica, abierta y no dogmática, en la que todo un hemisferio de la sociedad civil otorgara más énfasis a la igualdad que la libertad, dispuesta a competir con otra estructura simétrica más empeñada en la libertad que en la igualdad.

Los granes mensajes electorales, en definitiva, deberían abandonar la demagogia cortoplacista a dos -o más- visiones del mundo antitéticas que, aunque coincidentes en muchos aspectos y dispuestas como es lógico a convivir pacíficamente, expresasen la rica pluralidad intelectual de nuestras sociedades abiertas y materializasen la libertad de elegir en que se basan nuestros pletóricos pero rudimentarios sistemas democráticos.

Lakoff representa, en fin, una llamada de calidad a la política vulgar que se está desarrollando en nuestro país y en la mayoría de los de nuestro contexto. Y una incitación al debate político de altura como el que, pese al antiamericanismo primario que nos embarga, hay que reconocer que sí se produce en los Estados Unidos.

Aunque no impida, lamentablemente, liderazgos patéticos como el actual.