Opinion

Frustración

No recuerdo ahora si ya he comentado la importancia que concedo a las conversaciones familiares y a las tertulias informales entre compañeros y amigos. Estoy convencido de que, además de ser unas inagotables fuentes de información, constituyen uno de los instrumentos más prácticos y más sencillos para aclarar nuestras propias ideas intentando formularlas con claridad y contrastarlas serenamente con las opiniones de los demás. Ayer, por ejemplo, estuvimos charlando sobre las campañas electorales y centramos nuestra atención en esa retahíla de suculentas ofertas que nos hacen los diferentes partidos.

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Alejandro -al que ya mencioné en otra ocasión- es bastante escéptico sobre la eficacia electoral de las promesas. Él está de acuerdo en que constituyen un procedimiento retórico necesario en los discursos electorales, pero también reconoce que pierden su fuerza persuasiva cuando es un descarado «instrumento electoralista». Nos explicó su convicción de que, si no se dosifican de una manera adecuada, se convierten en bumerán, en armas arrojadizas que, volviendo al punto de partida, hieren gravemente a quienes las usan: «Cuando los ciudadanos advertimos que esas ofertas sensacionales sólo son unos recursos retóricos para captar votos, solemos reaccionar de forma negativa ya que a todos nos molesta profundamente que los listos se aprovechen de nuestra ingenuidad y no aceptamos que nos tomen por tontos».

En mi opinión, generar expectativas es un procedimiento retórico eficaz sólo cuando se apoya en la credibilidad de quien lo emplea. Esa cualidad, como es sabido, sólo la ostentan quienes, previamente, nos han demostrado que, aunque se equivoquen, no nos engañarán, y, sobre todo, quienes, además, poseen los medios necesarios para cumplir sus compromisos. Lola -mujer comedida y juiciosa- asiente con la cabeza e ilustra esta idea con una imagen muy familiar: «Cuando, como ocurre con excesiva frecuencia, los hechos no coinciden con las palabras, el tiro sale inevitablemente por la culata del fusil y destruye a quien lo maneja, al menos, como líder político. Para que los ciudadanos depositemos nuestra confianza -y nuestra cuota de poder- en los líderes políticos, es necesario que nos generen fiables expectativas de cambios y de mejoras, pero, también, que nos proporcionen ciertas garantías de que van a cumplir su palabra».

Hemos llegado a la conclusión de que no tendremos más remedio que aceptar resignadamente esa lluvia torrencial de «generosas ofertas», que se prolongará durante los largos meses que durará la precampaña y la campaña para las próximas elecciones generales. Disfrutaremos con la frescura que nos proporcione ese amplio abanico de promesas con las que los líderes de los partidos políticos nos ofrecerán las soluciones definitivas de los problemas económicos, sociales y culturales que aún no están resueltos. Pero les pedimos que, antes de lanzar los planes, cuantifiquen los medios de que disponen y que, incluso, midan sus palabras para evitar crear unas expectativas excesivas que se verían defraudadas.

Los efectos negativos que produce la frustración son, a nuestro juicio, mayores que los resultados positivos que generan las promesas porque, además de crear un sentimiento de fracaso y de desencanto íntimo, llevan consigo la desautorización de sus autores -calificándolos de cínicos- y, lo que es peor, implican el descrédito de la política -considerándola como juego tramposo-. Tengan por favor en cuenta la reacción de quienes nos sentimos engañados.